¿Cómo
puede un cerebro finito, muy finito, dar cabida a un concepto tan grande como es
la eternidad? ¿Puede algo contener una cosa más grande que ella? Sí, si esa
cosa es un concepto, una idea, una definición. Pero aún así, la definición,
aunque sepamos qué queremos decir con ella, no está del todo clara. ¿Cómo
explicar la eternidad? Hay que recurrir a ejemplos, algunos escalofriantes,
como el imaginar una esfera de hierro del tamaño de la Tierra y una hormiga recorriéndola
sin parar. Pues bien, cuando el constante caminar de la hormiga desgaste la
bola de acero por completo, ni siquiera habría comenzado la eternidad. Este
escalofriante mecanismo aparecía en las torturantes historias de los sacerdotes
cuando querían inculcarnos a los niños la duración de las penas del infierno.
El problema para concebir la eternidad, que es esencialmente no‑tiempo, estriba
en que tenemos que hacerlo desde una base temporal, desde nuestra innata noción
del tiempo. Pero, ¿cómo concebir el no‑tiempo desde el tiempo? Difícil.
Podríamos tirar por la calle del medio y decir, con Francisco Umbral, que la
eternidad es cal y fosfatos. O parodiar a Borges y afirmar que lo eterno está
en el bifurcarse de los caminos. O recurrir a la biología y consolarnos pensando
que la eternidad, la inmortalidad, es un mero asunto de replicación individual.
Si nosotros no podemos ser eternos, que lo sean nuestros genes. Pero estos
conceptos y soluciones están pensados más bien para la eternidad entendida como
fama duradera, como posteridad. Pero la idea que da vértigo es la otra, la inmortalidad
en sí y para sí, el concepto metafísico de soledad sin mengua que asusta a los
filósofos. Pero de este tipo de eternidad sabemos poco. Nosotros no somos tan
incautos como ese personaje de Joseph Heller en su novela Catch 22, que decidió
vivir para siempre o morir en el intento. Ni siquiera sabemos si sería deseable
la eternidad. Lo que sí sabemos, gracias a Rilke, es que de la eternidad no hay
salida (Aus dem Ewigen ist kein Ausweg), lo que debería decidirnos a renunciar
a ella. Eterno no hay más que la eternidad.
Zaragoza,
11 de abril de 2018
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