Hoy
el progreso tecnológico avanza a un ritmo vertiginoso. No es extraño que lo
ancianos o los desfavorecidos que no puedan subirse al tren de la tecnología
se queden atrasados, desfasados, fuera de este nuevo mundo, mundo virtual si se
quiere, pero mundo extraordinario. Hay que estar conectado a Internet, en banda
ancha, lo más ancha posible, pertenecer a las redes sociales, al menos a una,
tener un teléfono inteligente (Smartphone), hay que llevar GPS en el coche, aunque
sea para ir al supermercado de la esquina. Hay que leer en red varios
periódicos al día, contrastar opiniones, mantener uno o dos blogs, mirar uno o
dos blogs que nos gustan, estar a la última en las series que ofrecen la televisión
de pago, acudir a los estrenos cinematográficos. Los semanarios de los
periódicos nos ponen al día de las últimas novedades de consumo, la moda y quién
es quién en el mundillo de la fama. Si además uno practica una profesión de las
llamadas liberales (¿las otras son conservadoras?), hay que estar al día de su
campo por medio de revistas especializadas y congresos. Por supuesto que hay
que estar atento a las novedades del mercado editorial, mejor si poseen versión
para libro electrónico. Otro tanto para las novedades discográficas que bajarse
al MP3. Del teatro no, el teatro es un medio anacrónico que no tardará en
desaparecer. A no ser que suban la obra a YouTube, en cuyo caso podría ser
interesante. Me he entretenido en hacer cálculos y para estar al día en esta
sociedad de vértigo se necesitan 53 horas al día. Debemos modificar el
calendario y los husos horarios. Hacer horas de veinte minutos. No queda otro
remedio. La alternativa es detenerse y dejar que el mundo nos adelante y nos
deje atrás. Seríamos un grupillo de rezagados de la tecnología y cerrado a las
novedades. Vaya, no suela tan mal. ¡Qué digo, suena de maravilla! Aquí me
quedo.
Zaragoza, 17 de
octubre de 2018
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