La
estampa podría titularse “Los policías galantes”. Mientras la chica suelta improperios,
un agente la lleva asida por los pechos (guarro), otro de los pies y un tercero
le sujeta un brazo como cuando la enfermera lo manipula entes de una extracción
de sangre. Y quizá para facilitar una transfusión lleva ese “poli bueno” las
tiras de plástico que, en haz, le surgen del cinturón. La policía a caballo
compone un público elocuente, espectadores divertidos por la escena. Es verano.
Lo digo por la manga corta de los uniformes. El motivo de la protesta no debe
ser muy importante, seguramente una reivindicación estudiantil. La chica,
diríase que en medio de una gaya compañía venatoria, exhibirá mañana unos
cuantos moratones, su capital de hazañas.
Esos policías que parecen tan
educados y armados de paciencia, no lo serán tanto en su casa. Habitantes de un
mundo rigorista, alguno pegará a su mujer y atemorizará a los hijos. Puede que
beba. No en vano se es “defensor del orden establecido”, y el orden lo
establece, en su casa, él. Y es que este oficio deja impronta. ¿Se preguntarán
alguna vez quién ha establecido el orden que ellos defienden? ¿Y por qué? No. A
ellos les pagan por realizar un trabajo y lo desempeñan con sumisión. No logro
adivinar, o mejor, no sé a ciencia cierta de que país son. No son españoles.
Probablemente estadounidenses. Los árboles frondosos del fondo, y el edificio
que en parte ocultan esos árboles, semejan un paisaje universitario, un campus.
Bien podría la estampa utilizarse como corografía para un ballet moderno.
Tres
policías para una disidente (por su aspecto una resistente de chopo aislado,
junto a la rivera, sí la moverán…), una adecuada proporción.
Zaragoza,
29 de octubre de 2014