Músicos
peruanos. Músicos de domingo, músicos para alegrar celebraciones. Celebraciones
rústicas, o de sabor indígena. Uno les imagina amenizando bautizos en barrios
periféricos de Lima, o primeras comuniones en Cuzco. Incluso en bodas con carpa
en el Machu Pichu. Bucolismo de altura. Heraldos de alegrías andinas en urbes
de estaño o poblaciones rurales con pocos recursos. Actuaciones de feria en
feria. La vida es para ellos un mapa y su canto el sendero que lo recorre. En
sus corazones hay un volcancito en flor. ¿Es arte su música? Se percibe que
tocan más por talento que por reglas. Aquí, en occidente, los guitarricos se
reservan para rondallas, ese folclorismo rústico y pecuario. Las ropas de estos
músicos tampoco ayudan a considerarlos músicos serios, esos que nuestros
cánones muestran vestidos con casacas bordadas de oro, camisas con puñetas, muy
a lo Haendel o Bach. Pero vestir a los músicos de la foto con chalecos
mozartianos y pelucas empolvadas hubiera resultado peor. Sus rostros aindiados
reclaman poncho y una llama al lado. Y quizá una botella de Pisco, un compañero
con flauta de fístula múltiple y la alegría falsa de la celebración de
efeméride. Apliquemos a la foto el peculiar arte de las poses, de las posturas,
de las siluetas, de los encuadres. Uno de ellos parece escorado, el de la
izquierda, como si el fotógrafo le hubiera dicho que se encogiese para meterlo
en el encuadre junto con su compañero, menos esbelto. La seriedad de sus
rostros denota que se toman en serio su oficio. Quizá opinasen, con Nietzsche,
que sin música la vida sería un error. ¿Serán padre e hijo? Bien podría ser. El
de más edad está situado de tal manera que los dibujos de la pared que tiene a
su espalda (¿un tapiz?) hace que le salgan halos en la cabeza, como a un beato
a punto de emprender un sendero luminoso. Esperemos que no fuera su caso.
Zaragoza, 2 de
octubre de 2014.
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