sábado, 11 de octubre de 2014

Decepción



La mujer de la foto reproduce bastante bien la frustración que deseo mostrar en mi relato más breve: “Llamaron a la puerta. Corrió a abrir. No era él”. El rostro de la mujer refleja la misma decepción que imagino en la protagonista de mi brevísimo relato. Porque la que corre a abrir es una mujer, conviene aclararlo en este tiempo de parejas de hecho y del derecho y del revés. Sin embargo, mi cuento no ha alcanzado el renombre del de Augusto
Monterroso: “Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. El mío es casi tan corto (Ay, nube envidiosa, ¿do vuelas presurosa?). Es temible cuando la crítica y la opinión de los literatos se aúnan para celebrar todo lo que hace determinado autor. Como si el genio fuese elegirse genial y acertar. Y no me refiero a Monterroso. Autor hay, consagrado, cuyos títulos despiertan unánime aplauso, alabanzas en exacerbo. Los lees y percibes que su prosa está ajustada a martillazos (martillazos de platero, eso sí) para que se acople a ese canon personal que él mismo construyó, que él mismo sigue ciegamente y que arrastra a miles de seguidores, que normalmente se despeñan desde esas cimas de nuevo casticismo. Es como si su primera novela, o la que lo hizo famoso, muy grande, concedámoselo, hubiera producido un hechizo ennublador de los juicios de los jueces literarios. Y ahí se entra en el juego de las reputaciones indudables. Mas de sus infinitos halagos, sus premios y sus jaguares, su fardar, ¿qué se hicieron?
            Pero hablábamos de mi relato breve, hiperbreve, más corto que el relato famoso de Monterroso. No me fue aceptado en un concurso de Internet sobre relatos hiperbreves que patrocinaba un escritor con presencia en los medios. Aceptó, o aceptaron, otros peores. Me causó resquemor. De ahí esta pequeña apología de mi cuentito. Porque se puede matar todo menos la nostalgia del reino, y el reino, para un escritor, es el reconocimiento.

Zaragoza 9 de octubre de 2014

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