miércoles, 11 de febrero de 2015

Música sin complejos



Música sin complejos. O mejor, músico sin complejos. Música desnuda, músico en camiseta. Mientras pegaba la foto en este documento mi hijo ensayaba al violín el famoso cuarteto de Boccherini. Cuarteto que hizo famoso a un quinteto, El quinteto de la muerte, film británico protagonizado por un jovencísimo Alec Guinnes.
            La música de violín es una música que no admite grados intermedios: o es melodía en espirales bailables o es chirrido. Mi hijo conjuga ambos estados con tenaz afán. El personaje de la foto, violinista famoso de origen ruso y nombre judío: Yehudi Menuhin, posiblemente circularía por la vía de la espiral bailable, o sublime tocable. El violín es un instrumento que parece pensado sólo para virtuosos. Uno puede ser un buen pianista, o acordeonista, o trompetista, sin llegar a ser un virtuoso del instrumento. Un violinista no. No hay buenos violinistas que no sean virtuosos. La técnica que se necesita para sacarle el jugo musical a ese pequeño instrumento de aspecto frágil es tan sobrenatural que suele achacarse su logro a intervención diabólica. Así ocurrió con Paganini. Y en muchas historias aparece este vínculo: violinista y diablo, virtuosismo a cambio de vender el alma. Y el caso es que su virtuosismo, el virtuosismo con el violín nos parece tan elevado, tan remunerador, tan fuera de este mundo, que el precio de un alma no nos parece caro. Los hay que la venden por menos, por casi nada (y aquí podríamos poner los nombres de muchos políticos, financieros y donjuanes).
Porque la música, ¿cabalga en la armonía o es la armonía? Para responder a la pregunta nada mejor que unas variaciones para espasmos fulgurantes a manos de Yehudi Menuhin.

Zaragoza, 11 de febrero de 2015

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