miércoles, 11 de marzo de 2015

El herpes de la conspiración



De sargento para arriba, en el ejército prolifera el herpes de la conspiración. ¿Por qué unos seres que apenas razonan, que hacen de las normas y la obediencia ciega su principal virtud se erigen tan a menudo en salvadores de la nación? ¿Por qué creen ellos que lo harán mejor que los civiles a los que derrocan? El pensar no es lo suyo, y el gobierno de una nación exige pensar. Tampoco es lo suyo la reflexión, ellos sólo conocen la sutileza de la tortura o el argumento del pelotón de fusilamiento. En todos los cuartelazos (¿cuartelazoos?) la primera baja  es la información, la verdad, la libertad. ¿Son tres bajas? Reflexionen de nuevo (al fin y al cabo no son ustedes militares) y verán que son sólo una, un triunvirato que sólo vive en democracia. ¿No han observado cómo los uniformes, los galones, hacen engreídos a quienes los llevan? Las ínfulas que dan unas jinetas de cabo para sí las querría el catedrático más estirado. Si hasta los porteros de edificios y los conserjes, embutidos en uniformes, se arrogan la prepotencia de los milites y jerarcas. Si a tan solemnes atavíos se añade un arma, el engreimiento se multiplica por varios enteros. Y cómo se busca, para la soldadesca, a valientes que razonen poco. Adoctrinados con modalidades discursivas en prosa cuartelera, engañados con la promesa de vivir las plenitudes del heroísmo, estos pardillos obedecen fielmente a sus mandos, y no sólo por el temor del castigo. ¿Cómo después de miles de años de ver lo que representan los ejércitos sigue habiéndolos? ¿No enseña nada la historia? Sí, enseña que no enseña.

Zaragoza, 11 de marzo de 2015

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