¿Podrían ustedes decir a primera vista
quién de los dos policías tiene mayor graduación? Fácil, ¿verdad? Nuestra
sociedad está reglamentada en grados, niveles, estamentos.
Se dan los escalafones en los más humildes oficios, pero apenas los percibimos,
se nos han hecho segunda naturaleza. Son vestigios ciertos de un lejano tiempo donde
se instauró el imperio diamantino de la jerarquía, cuyo fruto más notorio fue
el esclavismo. Cuando se exagera la relación de dependencia, como en el caso de
los campesinos rusos que eran “propiedad” de sus señores o los negros que
fueron llevados a América como esclavos, se ve claramente la injusticia de la
situación. Pero cuando las jerarquías y el poder del escalafón actúan de forma
sutil en nuestra vida cotidiana, nadie lo nota. El director ordena a los
gerentes, les obliga a trabajar hasta tarde, y el gerente aplica su poder sobre
sus empleados. Este sutil sometimiento circula de arriba hacia abajo hasta
llegar al final de la escala, normalmente ocupada por trabajadores sin
cualificación. Pero ahí tampoco se detiene. El último eslabón jerárquico de
cualquier organización laboral tiene familia sobre la que ejercer a su vez el
mando, cuando no la tiranía. Pareciera que sería entonces la cónyuge quien
recogiera el trofeo del grado inferior de la cadena de ordeno y mando. Pero
están los hijos, o la portera del edificio. Y los hijos pueden ampliar el
efecto en la escuela sobre algún alumno tímido y apocado, que no podrá sino desahogarse
con las hormigas o con moscas a las que quita las alas y arroja a las arañas. Y
si pudiéramos adentrarnos en la conciencia y conducta de esos animalillos, bien
pudiéramos descubrir que esta cadena de infligir el poder prosigue hasta,
quizá, el más pequeño de los protozoos.
No hay
duda, la igualdad es una idea iniciática.
Zaragoza, 18 de
marzo de 2015
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