¡Ojo
con lo que vas a hacer! ¡Ojo, que se va a armar! ¡Piénsatelo bien antes de
hacer nada! El poseedor de la pelota parece, con las anteriores admoniciones,
tratar de calmar al contrario embestidor, cabeza en ristre, cara de anglosajón
pendenciero, código corporal unívoco. Lo que ellos denominan un “die hard”, un
duro de pelar. La imagen recoge el momento anterior al choque, un encontronazo
que se presume duro, contundente, como se dice en los medios deportivos. El jugador de negro, de parecida musculatura
y continente físico, también tiene rostro de alguien bregado en lances de
encontronazos corporales. Pero pide calma. Ese gesto, de alguna extraña manera,
le humaniza, le dulcifica, le imbuye de cierto carácter razonador. El rubio no,
ese no razona, ese va a lo topa carnero. Me recuerda a esos tipos que definió
Juan Filloy: “Valientes que razonan poco, ellos son el filo de la espada”. He
aquí, me digo, a un valiente que razona poco, un animal que embiste. Y ya que
hemos mencionado el razonar con el deporte, es de resaltar la poca relación de
la reflexión con la actividad física. Sólo en los deportes de élite, como el polo,
el golf o la vela, practicado por aristócratas de intemperie, parecen
acomodarse ambas actividades. Pero no en la actividad, sino en los deportistas.
Quizá porque para practicar esas especialidades se necesite tener unos ingresos
altos y en esa clase los vástagos suelen estar sujetos al Servicio
Universitario Obligatorio. Pero cuanto más se desciende en el rango, cuanto más
nos aproximemos a los deportes que despiertan pasiones, la capacidad razonadora
del deportista limita con la nada, el cero. En el fútbol, los practicantes hablan
con tópicos gastados y frases hechas, pero alguno hay que nos sorprende con una
frase que descolla. Pero en el boxeo, la sentina de lo deportivo, el cerebro
sobra, incluso estorba.
Zaragoza, 4 de Marzo
de 2015
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