miércoles, 8 de julio de 2015

¿Hasta cuándo es conveniente vivir?

¿Hasta cuándo es conveniente vivir? ¿Es mejor una vida larga llena de achaques y dolores o una existencia corta vivida en plenitud? No hay joven que no se decante por esta segunda opción, pero a medida que transcurren los años, cerca de la vejez y sus consabidos achaques, pocos mantendrían tan radical elección. Inmersos en la ancianidad, o senectud (qué dura es la palabra vejez), el ánimo entorpecido por el miedo a la muerte, la idea de seccionar la vida en el momento en que ésta se degrada, es sostenida por unos pocos héroes eutanastas.
            Decía Cioran que añoraba los tiempos en que los hombres morían de su primera enfermedad. Hoy la ciencia médica se vanagloria de poder mantener con vida a vegetales en coma, a seres perforados por tubos y alimentados por sondas. ¿A qué tanta vanagloria? Esta gloria médica no deja de ser una vergüenza social. ¿A quién le interesa que personas que han alcanzado el estado vegetal o mineral sigan con vida? ¿En nombre de qué se puede negar a un hombre el derecho a morir dignamente? Pero en nombre de hipócritas dioses, de hipócritas puritanos y centinelas del eterno descanso se penaliza el ayudar a bien morir a un semejante. ¿Para cuándo el consorcio del suicidio legal?
            Ya Fernando de Rojas nos dijo que la vejez era mesón de enfermedades, congoja de continuo, llaga incurable, mancilla del pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecindad de la muerte. Y a pesar de todo ello los ancianos de hoy se empeñan en prolongar ese largo suplicio incluso en las condiciones físicas más deplorables. Porque la vejez sana, lúcida, puede ser un don, pero aquí nos referimos a la otra, a la que camina con pie inseguro (incerto pede), a ese oprobio que la ciencia ayuda a prolongar sin sentido. ¡Oh, vejez mala de malo!



Zaragoza, 8 de julio de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario