La
frase que he escrito en el bocadillo de este doble de Einstein es atribuida a
este gran científico. El categórico enun-ciado da pie para preguntarse por la
arrogancia de los científicos. Einstein, cuando pronunció la frase sólo quería
subrayar la fuerza de una teoría cuando cumple sus dos características fundamentales:
belleza y concisión; una dualidad que usurpa el papel de núcleo epistémico y
hace que la realidad se rinda a esa verdad emitida por los teorizadores. Sin
embargo la sentencia puede a la vez ser representativa de cierta arrogancia que
suele hacer acto de presencia en los predios de la ciencia. En la ciencia, pero
más en los científicos. Sólo hay que ver la intransigencia que muestran los
ortodoxos de esta disciplina con los que propugnan teorías novedosas o
extravagantes, teorías peculiares que al final pueden resultar acertadas
(Alfred Wegener y su deriva continental), o no acertadas (Wilhelm Reich y sus
cajas de orgón), o simples disparates (Velikovsky y sus mundos en colisión). Lo
que menos importa en estos casos (me refiero fuera del ámbito científico) no es
lo acertado o errado de la novedad, sino la manera cruel e inmisericorde con
que la ortodoxia científica trata a los acusados de heterodoxia, a los
“disidentes” (disidente no es sino el que se sienta aparte). El caso de Wilhelm
Reich es paradigmático: se le denunció, se le destruyó el laboratorio, se le
encarceló y se hicieron desaparecer sus libros. Su muerte en prisión fue
considerada por su familia como un asesinato. A Galileo la Iglesia le hizo
abjurar, a Giordano Bruno lo quemó en la hoguera, y nuestros modernos
científicos, erigidos en Iglesia del Raciocinio, proceden a veces de la misma
manera. Menos mal que sólo a veces. De todas maneras, para ser justos con ella,
la ciencia es una disciplina donde se puede disentir y donde no vale opinar si
no se aportan pruebas. Es la única doctrina por cuyas verdades, hasta ahora, no
se han originado guerras. Nadie se mata, todavía, por defender las ecuaciones
del electromagnetismo. Todavía.
Zaragoza,
15 de julio de 2015
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