¿Por
qué no parece creíble la escena que he compuesto? Es más, su poca lógica lo
transforma en chiste y nos hace sonreír. No imaginamos a los jóvenes afilando
silogismos con excitante raciocinio, ni estar educados en el sacro pavor del
anacoluto. Hoy la juventud la imaginamos prendida de un móvil y hablando de
videojuegos o tecleando mensajes en Tuenti. Incluso los podemos imaginar con
bufandas acudiendo al fútbol. O confundidos, en la noche helada, con
participantes de un botellón. ¿O quizá la incongruencia entre los jóvenes de la
foto y los diálogos se deba a que tienen aspecto de pijos, más dados a hablar
de cilindradas y marcas de ropa que de ontología? Si hubiéramos puesto a
chavales con gafas gruesas y acné, vestidos de forma informal (¿No es forma
informal una contradicción, u oxímoron?), con el pelo descuidado y barbita de
varias semanas, la cosa hubiera cambiado. Sólo alterar el aspecto de las
personas y su vestimenta, la escena podría haber resultado creíble. Por lo
tanto no es la juventud culpable de cómo se la juzga hoy sino cierta juventud.
En mis tiempos, cuando yo tenía la edad de esos muchachos, allá por los 1970’s,
esa conversación también hubiera sido poco creíble. Por lo menos en mi círculo
de amistades. Las preocupaciones de los jóvenes, en mis tiempos mozos, era la
política (clandestina), las mujeres (inaccesibles) y los bares (demasiados).
Hoy los jóvenes tampoco se inclinan por discutir a Husserl (¿quién se lo reprocharía?),
prefieren Internet (de moda), las mujeres (un poco más accesibles) y la litrona
(vergonzoso). Y ya que estamos, ¿sería preferible una juventud que en el ardor
de los veinte años se entretuviese leyendo a Husserl? La juventud que no lee a
Husserl sabemos lo que da de sí: conformará una sociedad parecida a la que
ayudamos a conformar nosotros. Una juventud que sustituyese los deseos no
permitidos (libidina illicitas), la
masturbación y la charla insulsa por lecturas de Husserl, no quiero ni
imaginarme a dónde conduciría. Porque uno siempre ha tenido la sospecha de que
pensar es no saber existir.
Zaragoza,
22 de julio de 2015
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