lunes, 30 de mayo de 2016

El despertar de la mente

¿Conocen esa filosofía que recomienda pensar en el sonido de una sola mano aplaudiendo? No, no es una filosofía para mancos, es el zen. El zen está dirigido a conseguir el despertar de la mente, o conciencia. Sus adeptos no ambicionan el conocimiento, ni el saber, sólo estar despiertos. Es por ello que al novicio le lanzan acertijos sin sentido por si, en una de estas, la mente se le abre y lo resuelve. Se habría alcanzado entonces el satori o iluminación, que es, eso dicen, como si se instalase en el corazón de cabritilla del aspirante un intruso de leve llama. Accedido a ese plano, la vida cobra su pleno sentido, que es el no tener sentido. Claro que esto lo presupongo, porque yo no he alcanzado la iluminación. Y esto lo sé porque no se ha disparado mi recibo de la luz. ¿Otro acertijo? También dicen que practicar la filosofía zen es cabalgar sobre un buey en busca del buey. Lo que si hay que concederle a esta doctrina, filosofía, o lo que sea, es su falta de liturgia, o su liturgia minimalista. Sólo se necesita una esterilla y una postura. Si acaso un maestro que nos indique el objeto de meditación o nos facilite el acertijo que puede traernos la iluminación. No hay iglesias, no hay jerarquías con ropaje de oropel, no hay dogmas y por lo tanto no hay herejes y por tanto no hay piras purificadoras. Tampoco hay un libro o doctrina. ¡Guárdate del hombre de un solo libro!, dice un sabio aserto. Todas las religiones monoteístas cultivan este tipo de hombre que conocemos como fanático. Todas son intransigentes, dogmáticas, exaltadoras de la pulsión de muerte. El zen no predica ni la paciencia ni el reposo porque el zen es paciencia y reposo. Para el zen ver claro es no actuar. El zen es magia liberada de la mentira de ser verdad. El zen es, por último, tolerancia. Ningún monje budista ha matado en nombre de su credo. Preferiría renunciar a su credo, pues su credo es ninguno. He ahí su secreto. Pensar ligero, viajar ligero, vivir ligero. La sencillez hecha filosofía. La simplicidad convertida en doctrina. Lo infantil elevado a la categoría de lo sabio. El amanecer como estado de ánimo. ¡Qué profundidad!


Zaragoza, 30 de mayo de 2016

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