Traten
de imaginar una sociedad ideal: comodidades norteamericanas, cultura europea,
clima caribeño, maneras asiáticas, alegría africana… y sin hombres, salvo
usted. O, en caso de permitir la entrada a seres de su mismo género, despojarles
de todo vestigio de pecado original. Porque sin un original no hay copias, sin
un primer pecado, canonizado por el arbitrio religioso, no habría pecados. Así,
además, eliminamos la nostalgia del pecado, que es quizá el pecado mayor, el principal
tentador. ¿O si fuera la inocencia, esa culpa que no se reconoce como culpa, la
culpa mayor? Eso intuía Octavio Paz. Pero no nos dejemos seducir por bellas
palabras. Esta sociedad, donde los explotadores son capaces de contratar
muertos para abaratar la mano de obra, merece otro analizador de pecados:
Kafka. Para Kafka hay dos pecados humanos principales, de donde derivan todos
los demás: la impaciencia y la negligencia. La impaciencia, según Kafka, fue la
que causó que nos arrojaran del paraíso, y por la negligencia volveremos a él.
Sí, Kafka es el sociólogo adecuado para juzgar nuestra sociedad. En sus
doctrinas no hay islas que cobijen, dioses que premien o augures que descifren.
Como mucho, una muchedumbre apretujada de caras, a cuyo nivel boga la barca
mística. Tendríamos que plantarnos, como Thoreau, y no considerarnos miembros
de una sociedad en la que no nos hayamos inscrito personalmente. Un acta de
pertenecía. Sería necesario entrar de forma oficial y voluntaria en la sociedad
que elijamos: la sociedad de consumo, la sociedad global, la sociedad vasca, o
en cualquier otra que desee constituirse legalmente. Y fuera de ella los
fronterizos, los solitarios, los inconformistas, individuos capaces de una risa
de oro, para los que pertenecer es una banalidad. Porque una vez que acepta uno
los principios de estas sociedades de calidad equiparable, incluso el más
nimio, está atrapado. Literalmente enganchado, adicto al sistema, a cualquier
sistema. Atrévete, independízate, escápate del sistema, enarbola con orgullo tu
bandera de andar solos. El único pecado es ser apocado.
Zaragoza,
4 de mayo de 2016
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