jueves, 18 de agosto de 2016

¿Quién manda en la política?

¿Alguien ha visto a algún candidato dirigiéndose en televisión a los ricos? No. ¿Por qué será? Quizá porque ellos, los ricos, no necesitan participar en la liturgia del voto para nombrar gobernantes. Porque bien pudiera ser que los que en realidad mandan no sean los elegidos por votación en las bacanales electorales. Quizá porque si el voto cambiara algo, ellos lo ilegalizarían. ¿Ellos? Sí, ellos. Quienes sean. Gobierne quien gobierne, ya lo hemos visto, el Euribor sube lo que quieran quienes lo controlen, que no es el parlamento europeo. La especulación inmobiliaria triunfa sobre cualquier programa político. ¿Qué esto falla?, pues recortes en los sueldos y en las pensiones, extensión del mínimo necesario de años para la jubilación, lo que haga falta para que los que mandan ganen. Pese a las sucesivas crisis, los beneficios de las grandes fortunas se incrementan año tras año sin importarles la ideología del gobierno que supuestamente tendría que controlarles. La historia sigue esperando la victoria del hombre ultrajado. Pero eso no ocurrirá bajo el dominio de esta democracia. Hitler dijo que para ganarse a las masas es preciso contar en partes iguales con su debilidad y su bestialidad. Él optó por exacerbar la bestialidad. Y Vázquez Montalbán afirmaba que siempre se gobierna con las manos sucias, te dé el poder un golpe militar o diez millones de votos. En unos cálculos que se hicieron en unas elecciones de Estados Unidos, se confirmó que en ese país de casi 250 millones de habitantes bastaban los votos del 8 % de la población para elegir un presidente. Primero se descartan los que no tenían derecho a voto, los que teniéndolo no lo ejercieron, los votos nulos y los del contrincante. Sumados los votos que eligieron al presidente (Reagan), estos sumaban un 8 % de la población. Un 8 % de la población eligió al presidente de la nación más poderosa del mundo. Menos mal que en ese país, árbitro del mundo, el ciudadano posee tres cosas de valor inapreciable: libertad de palabra, libertad de conciencia y la prudencia de no utilizar nunca ninguna de las dos. Lo dijo Mark Twain.


Zaragoza, 18 de agosto de 2016

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