La
pornografía está en auge, lo inunda todo. Desde la más sutil que nos llega por
medio de la publicidad a la más grosera y sin complejos que tenemos al alcance
en Internet. Pese a la desaparición (casi) de las salas donde se exhibían este
tipo de películas, cada día se producen más videos pornográficos que de
cualquier otro tipo. La pornografía y sus fetiches se venden por catálogo, en
sex-shops o se bajan de Internet (método más frecuente). Hay millones (sí,
millones) de sitios en Internet donde se ofrece pornografía. La mayoría
pretende ser de pago, pero las muestras gratuitas que ofrecen, multiplicadas
por el número de portales que las ofrecen, hacen innecesaria el desembolso. Y
qué decir de los géneros y subgéneros ofrecidos. Internet, por necesidad, ha
creado una taxonomía del sexo que un millón de Linneos no hubieran podido
superar. En una de las muchas páginas de sexo consultadas, hay por lo menos
trescientas categorías de oferta. Estos son algunos de los apartados: mulatas,
rubias, colegialas, dibujos animados, travestis, transformistas, gays,
lesbianismo, parejas, tetas grandes, bizarrías (del inglés bizarre: cosa
fuerte), zoofilia, sexo negro, fetichismo, etc. La lista podría continuar. En
cada una de estas secciones uno halla cientos de películas, o trozos de ellas
que se pueden descargar gratuitamente. Pero con tanto cebo y señuelo, a uno se
le quita el apetito y renuncia al banquete prometido. Ha comido de pinchos. Ah,
qué tiempos aquellos cuando una revista como Lib (pornografía carpetovetónica,
con tías con pelos en el sobaco) bastaba para llenar y saciar nuestras ansias
de sexo. Lo bueno de la moderna pornografía es que la obtienes mediante un
simple clic en tu propia casa, gratis, y no necesitas almacenarla o esconderla
en ningún armario poco frecuentado. Está ahí, en el ciberespacio, almacenada en
una dirección que empieza con tres uves dobles (he estado a punto de escribir “ubres”
dobles). Quizá no reemplace al sexo de contacto directo, pero puede ser un
sucedáneo aceptable, y más barato. Para ir más allá, esperaremos a la replicante
femenina o WoRobot.
Zaragoza,
1 de agosto de 2018
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