El
humor, para Freud, era una forma liberadora de enfrentarse al mundo y de
rechazar sus agresiones. ¿Qué mejor forma liberadora que cambiar de prisma? La
viñeta que acompaña a este texto podría representar el vil apaleamiento de un
manifestante, pero por arte de un cambio de vista imprevisto se troca en algo
humorístico. En estos casos un resorte íntimo nos lleva a la sonrisa o a la
carcajada, y la vida fluye más ligera y las pesadumbres pierden su aciago
tinte. La risa, casi me atrevería a decir, está en la base de todas las
revoluciones y sublevaciones. Porque lo establecido, el poder monolítico, es
serio siempre, y el sentido del humor lo debilita, lo confunde, lo desarma o lo
desviste. Otra cosa es que después la revolución ser torne a su vez seria y
reemplace la tiranía derribada. Otros vendrán que aplicarán a la nueva
situación de dictatorial seriedad su corrosivo humor. Y es que la política y el
humor están reñidos. Ya lo sabía Gómez de la Serna: el ser humorista me ha
costado no ser ministro por
incompatibilidad de cargos. Pero el “ser humorista” de Ramón no se refiere al
que construye el humor, a quien lo forma, sino al bufón, al que provoca risa,
al político. Siempre hay que reírse de los políticos. Ante un político hay que
repetir la frase de Horacio: Risum
teneatis, amici? Que se anuestra por: ¿Podéis contener la risa, amigos?
Porque el humor, entre otros beneficios, desdramatiza. El humor es incluso
capaz de reírse de sí mismo y es por ello una forma eficaz de autocrítica. Sin
humor sólo nos quedaría someternos, adoptar la seriedad de los próceres y los
sacerdotes, sucumbir a lo sagrado, refrendar los dogmas y por ello, la
injusticia. El mundo, dijo Horacio Walpole, es a la vez una comedia y una
tragedia: una comedia para el hombre que piensa y una tragedia para el hombre
que siente. El verdadero humorista reúne a esos dos hombres en uno. Acabemos con
un apotegma del sentencioso Doctor Johnson: “Pongámonos serios, viene un
tonto”.
Zaragoza,
29 de noviembre de 2017
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