lunes, 23 de diciembre de 2019

Críticas eliterarias: LOS SIETE JINETES DEL APOCALIPSIS



Críticas eliterarias


LOS SIETE JINETES DEL APOCALIPSIS

(Análisis estructurral)

¿Por qué siete? ¿Por qué jinetes? ¿Por qué del Apocalipsis? Desmenucemos estos "por qués" con la herramienta semiótica del estructuralismo postmediático. ¿Por qué siete? ¿Por qué no cuatro, o cinco, o veinte? ¿Por qué no admitir sin discusión el referido dígito y acabar de una puñetera vez? El siete es el número considerado sagrado o mágico por casi todas las religiones de la antigüedad. Siete fueron los planetas primigenios, siete los pilares de la sabiduría, siete las musas, siete los brazos del candelabro del templo de Salomón, siete las puertas del estadio Santiago Bernabéu, siete las vidas de los gatos, siete los días de la semana, siete los rotos en los pantalones. Como puede apreciarse, el siete vale tanto para un roto como para un descosido... semántico. Etimológicamente siete proviene de heptium, en latín siete, lo que viene a corroborar nuestra teoría de que el vocablo ha mantenido la uniformidad numérica a través de los siglos. En el libro que analizamos, siete es la cifra que nos desvela el número de jinetes, es el guarismo clarificador, la piedra angular del sumatorio significativo del contexto. ¿Qué hubiera sucedido si en vez de siete el autor nos hubiera hablado de cuatro? ¿Se imaginan: "Los cuatro jinetes del Apocalipsis"? No tiene carisma, no define, no posee sentido alguno. El cuatro es un número modesto, sin pretensiones, un número paupérrimo, para un apuro. Es imposible a nivel de protosignificado hablar de cuatro jinetes. Los jinetes lo son a partir de cinco, como bien señaló Friedrich Kirchenblau en su estudio Automatische Lehrerfunktionen des Texten und seine Einfluss in die Einklärung der Alten Bedeutung. Menos de esa cifra se consideran amigos a caballo, paseantes hípicos, pero no jinetes. Y ya que estamos, ¿qué significado posee en el libro el término "jinete"? Como bien señaló Charles Castille of the Pine en su ensayo Riders along the Nineteen Century. An Evaluation, jinete es alguien que utiliza una montura como medio de transporte y, por tradición medieval, el término posee un claro significado de alcurnia. El caballero era el que poseía y montaba un caballo. (Observen la relación entre caballo y caballero, la afinidad de su prefijo, sus complementariedad morfológica). Jinete en este sentido, unido al número siete, posee un claro sentido de horda, de grupo de castigo, de terrorífica partida. Los jinetes provocan miedo, pánico (recuerden al dios Pan, quien tocaba el caramillo para aplacar su miedo, una explicación que tiene su miga), y el numeral que lo precede acentúa esta sensación de desamparo. Y ahora llegamos al Apocalipsis. Esto no quiere decir que se avecine el fin del mundo sino que vamos a proceder a analizar la palabra "Apocalipsis". Lo primero que debemos decir de la palabra Apocalipsis es que es simplemente eso, una "palabra". A partir de aquí cualquier conjetura semántica es posible. Como es bien sabido el Apocalipsis es el nombre que dan las Escrituras a un alegre pasaje de San Juan donde se anuncia el fin del Mundo. ¿Y por qué San Juan? ¿Y por qué el fin? ¿Por qué el mundo? Pero centrémonos en la palabra "Apocalipsis" y dejemos para ocasión más propicia las preguntas surgidas tan inoportunamente. Si "Apocalipsis" representa el fin de mundo, no cabe duda de que su acepción es claramente ominosa. No es así como lo ve el filólogo rumano Celanescu, para quien el Apocalipsis es motivo de júbilo y alegría. No obstante, su tesis, surgida de un deseo oculto de suicidio global, no es apoyada fuera de la Escuela Psicoilógica de Chernobyl. El resto de expertos en análisis de textos concuerda con la opinión de que esta palabra posee un claro carácter ominoso. Uniendo entonces las distintas partes del puzzle conceptual, Los siete jinetes del Apocalipsis vienen a significar la amenaza de siete jinetes u horda aguerrida contra una humanidad desprevenida de su llegada. El grupo amenazador posee un carácter mágico otorgado por el numeral, lo que le hace casi invencible. La humanidad parece abocada a doblegarse ante la furia destructora de este grupo exterminador. Y sin embargo... Sin embargo ni rubor doy por terminado este erudito análisis. Adieu.


Lambert O'Really
Crítico de su Majestad

lunes, 2 de diciembre de 2019

La metamorfosis de Kafka


Críticas eliterarias


La metamorfosis de Kafka
(Análisis estructurral y semi‑ótico)


En la lucha entre tú y el mundo, ponte de parte del mundo.
(Kafka)

No hemos elegido este libro por casualidad, como el tema de esta breve obra tampoco fue elegido por su autor porque sí. Hemos escogido esta obra debido a las cargas de profundidad que posee, bombas psicológicas que explotan en la conciencia del lector causando catástrofes neuronales que a veces pueden resultar irreversibles. En primer lugar analizaremos los motivos que tuvo el autor para escoger un asunto tan escabroso. Es conocido (al menos por mí) que cierta vez su padre, sentados a la mesa, le llamó “insecto” (por lo visto Kafka había derramado sopa sobre el mantel), y que Kafka, recogiendo la sopa derramada con la servilleta, se calló y lucubró una venganza a la altura de su enferma imaginación. Después de aguantar los chillidos de su madre por haber recogido la sopa con la servilleta, Kafka se retiró a su habitación, tomó un papel en blanco y escribió: “Odio la sopa. Y mi pulso cada vez es peor. Debo comprarme calcetines”. Esta anotación es indispensable para conocer la verdadera razón de por qué Kafka escribió La metamorfosis cinco años más tarde. Ese pulso débil y tembloroso, esa obsesión con los calcetines, son la clave de la elección de insecto. ¿Por qué afirmamos esto? Porque el escarabajo –sí, amigo lector, es un escarabajo y no una cucaracha en lo que se convierte Gregor Samsa, un escarabajo de forma abovedada. Esto es al menos lo que nos asegura Vladimir Nabokov en su obra La estupidez en la literatura... de los demás, Butterfly Press, New York, y Nabokov era un experto en insectos y es posible que en literatura también‑, repetimos, porque el escarabajo es un animal pausado y al que no le tiembla el pulso, y también es negro, como los calcetines de los empleados de comercio. ¿Habéis visto algún escarabajo de forma abovedada a quien le tiemble el pulso? ¿Habéis observado a algún empleado de comercio con calcetines verdes? No. Kafka podría haber escogido para protagonizar su libro a la hormiga, insecto con más glamour entre los entomólogos y que probablemente hubiera incrementado las ventas finales de la obra. Pero no: escogió el escarabajo, un escarabajo de forma abovedada, un insecto de pulso firme, un insecto que incita al pisotón (sí, ya sé que la cucaracha incita más al pisotón, pero Nabokov es Nabokov) y que no se inmuta cuando se derrama la sopa a su alrededor. El escarabajo, negro como el carbón y los calcetines de los empleados de comercio, recuérdale a Kafka también las veces que recibió carbón por el día de Reyes, hábito que poseía su progenitor para ahorrarse el dinero de los juguetes y porque le gustaba hacer chinchar a su hijo, de quien opinaba que era "un raro de cojones". Pues bien, como reacción a ese rechazo paterno Kafka elaboró novelísticamente la transformación de un hipotético alter ego en un escarabajo, un escarabajo de forma abovedada y de pulso firme. Es de resaltar los intentos del padre durante la novela por entrar en el cuarto de su hijo y descubrir qué cochinadas estaba haciendo, y las no menos inoportunas interrupciones de su madre, quien quería limpiar la habitación, y lo difícil que se le hizo al autor impedir estas intromisiones de sus progenitores que amenazan con abortar su metamorfosis. También es significativo el comentario de su padre al enterarse de la transformación: llamó a su hijo transformista, y le escupió sobre los negros élitros. Sin embargo su madre, más comprensiva, después de limpiar y desinfectar la habitación, le aconsejó que se comprara ropa interior de color oscuro. Ambas actitudes simbolizan la deshumanización familiar que florecía en su época, deshumanización que Kafka no percibió, pues no era ducho familias ni en florecimientos.
El resultado de derramar la sopa y el insulto del padre da como resultado un proceso metamórfico que, para algunos eruditos, preconiza el moderno ciclo social del proletariado. (Véase el tomo IV, pag. 877 de la obra de Karlheinz Rundemund Kurze Forschung über Die Kafka’s Metamorphosis und seine Einfluss in the Entwicklung des Proletariats). Kafka es también, merced a la obra que estamos analizando, un precursor del “morphing” cibernético y un adelantado del transformismo que invade hoy los garitos de Benidorm y otros Sodomas costeros. Para concluir, traigamos a colación las palabras de Kafka en su lecho de muerte: “Nadie, ni siquiera yo, hubiera podido recrear el sufrimiento que supondría la transformación de una cucaracha en hombre”.


Lambert O'Really
Crítico de su Majestad


lunes, 11 de noviembre de 2019

La Habana para un elefante difunto



Críticas eliterarias


La Habana para un elefante difunto

de

Guille Cabra Enfante



Memorias de juventud del célebre escritor cubanolondinense Guille de la Cabra Enfante. En la Habana del pillo Trujillo, Enfante narra sus correrías por los clubes nocturnos de la ciudad, sus visitas al cinematógrafo y su participación política en favor de la palmera autóctona en contra de la importada de Florida. Los relatos de sus embriagueces (trompas, en jerga guantanamera, de ahí lo del elefante del título, que todo hay que decírtelo, lector torpe, y otra vez a ver si te fija y le das al coco, que para algo lo tienes, joder...) que inevitablemente terminan con un amanecer en el trópico, entre vómitos y arcadas, repitiendo trabalenguas (tres tristes tigres triscan trigo y es estrago, que es trago...) hasta que la lengua pastosa les pedía nuevos cuba libres, ocupan la mayor parte de estas memorias, memorias de “elefante” nunca mejor dicho. También habla de cine, cine en Black & White, y de la sardina que su madre le daba antes de ir a cada sesión y de sus amores con Ava Gardner y Rita Hayworth, amores que necesitaban del catalizador llamado ron, ron de caña, caña que se metía al cuerpo hasta quedar como un guiñapo. Enfante relata también, con gracia en desgracia, sus ligues de una tarde de verano, las cholas y las negras y las chinas, cochinas todas, hasta que tuvo que salir de la isla, y se aisla en la capital británica, con sus nieblas de Unamuno. También descarga su cólera, morbo de lectores, contra la revolución castrense. Pues sabida es la inquina que el autor profesaba al dictador cubano, al que tildó de politicastro, y que no merecía “fidelidad” alguna. Mas se desprende del libro que su principal motivo de inquina no es la quina, sino el prive de priva al nacionalizar Fidel las destilerías y destinar el azucarado licor a la exportación, siempre ad maiorem Dólar gratia. En La Habana para un elefante difunto Cabra Enfante nos descubre esa vana Habana que fue, que no es, pero que volverá si los yanquis logran miamizar la isla caribeña.
Libro recomendable para combatir la resaca de ron, de roncar para el resto. La editorial Cosa de las Américas no se responsabiliza del mal uso que se haga del mismo.

Lambert O’Really
Crítico de su Majestad

lunes, 28 de octubre de 2019

Sade y la otomana mecánica



Críticas eliterarias

Sade y la otomana mecánica
(Análisis sadolingüístico)

De todos es sabido el amor del Marqués de Sade por las otomanas, máxime cuando, transformadas por el genio de Minsky, la otomana deviene artefacto generador de múltiples y sincronizados placeres. Cuando Justine califica de “orgía suntuosa” la celebración en el castillo de Silling donde se prueba por primera vez la “máquina de encular obispos”, no está realizando sólo una selección de lenguaje propio de la eroticidad sadiana, está calificando la inclinación aristocrática por las vejaciones episcopales. Se trata de una Deformata reformare, que daría paso a una Reformata conformare, que a su vez conduciría a una Conformata confirmare, que culminaría con la Confirmata transformare. Esta tetraformulación ignaciana obtiene pleno sentido cuando el Papa Sixto XII, atrapado en Silling, se niega a probar la “máquina de encular obispos” argumentando que él ha pasado tal dignidad y que necesitaría una máquina sodomizante a la altura de su alcurnia. Para acabar con estas rémoras de placer en sus convites, Sade instituye lo que se conocerá posteriormente como “la otomana mecánica”. Es este asiento reclinado transformado por Minsky en un artefacto plenipotenciario, siendo válido para todas las dignidades eclesiásticas o políticas, para cualquier género o animal, dotado de salientes y aberturas capaz de satisfacer a una docena de sujetos al mismo tiempo. La otomana mecánica dio mucho juego a la imaginación de Sade y mucho trabajo y dineros a los carpinteros y orfebres que la construyeron para su hotel de La Coste. Por cierto, que su casa de La Coste tenía un cocodrilo verde pintado en el frontispicio (curiosidad para aficionados a los polos... no precisamente magnéticos).
            La construcción de la otomana mecánica entra dentro de las fases del placer definido por Sade, a saber:
            1) Accesis: privarse de ideas libertinas durante quince días mientras, en síndrome de abstinencia, se chupa el cuero de la otomana.
            2) Disposición: acostarse en soledad, sobre la otomana, teniendo como únicos compañeros el silencio y la soledad, y permitirse una ligera polución ayudado del falo eléctrico situado en el costado derecho.
            3) Desahogo: todas las imágenes, todos los extravíos reprimidos durante el periodo de accesis se liberan en desorden, y se agarra uno a todos los dispositivos de la otomana que pueda asir, chupar o introducirse.
            4) Elección: entre los cuadros que desfilan, entre los dispositivos que asimos o nos introducimos, elegir uno de ellos, el que más daño/placer nos proporcione y darle al mecanismo en fase rápida.
            5) Borrador: hay que apagar la otomana, dejarla que se enfríe, mientras se curan las heridas y se palían los escozores, se piensa en los errores o aciertos de la otomana descubiertos durante la sesión. Escribir la escena en un cuaderno.
            6) Corrección: después de haber descansado y escrito el borrador, y descubierto los pros y los contras de cada mecanismo de la otomana, volver a montar sobre ella, enchufarla a toda potencia y dejar que el poder de los motores eléctricos te satisfaga por todos los lados que puedan procurarte placer.
            7) Texto: si sobrevives a la experiencia, poner ésta por escrito y venderlas en forma de libro a la Sonrisa Inviertical o editorial similar, y forrarte. 
            Durante los largos encarcelamientos de Sade, la otomana mecánica pasó por distintos hogares: el del prefecto de la Policía de París, el obispado de Avignon, la casona de un paragüero de Cherburgo, quien finalmente se la vendió a un feriante, feriante que fue ajusticiado después de que el artefacto desvirgase a las cuatro hijas de Madam Tissue que se montaron creyendo que se trataba de un caballito, caballito del que no querían apearse y tuvieron que ser retiradas, desintroducidas de varios salientes por los tirones de media docena de rollizos gendarmes.

García Sade, Crítico de su majestad
Zaragoza, 28.10.19

lunes, 14 de octubre de 2019

Los traductores salvajes


Se ha puesto de moda, entre los traductores, el enmendar la plana a títulos homologados por el tiempo y la costumbre. Empezó con La metamorfosis, de Kafka. Un moderno traductor discurrió que el título alemán Die Verwandlung era más correcto traducirlo por La transformación. Craso error. La metamorfosis ya forma parte del imaginario colectivo de los lectores. No se puede cambiar de la noche a la mañana el título de una obra que ha hecho mella en nuestra imaginación por uno nuevo que suena a gramática profiláctica. Me niego a aceptarlo. El segundo caso de aberración traductora (es mi opinión) se refiere al nuevo título de la conocidísima Madam Bovary. A una traductora castiza se le ha ocurrido que el título correcto de esta obra, que se titula Madam Bovary en todo el mundo occidental, se pase a titular Señora Bovary. ¿Señora Bovary? ¿Qué pasa, que Madam puede confundirse con la duela de un burdel? El libro de Flaubert será siempre para mí, y para la gran mayoría de lectores (inmensa minoría) Madam Bovary. Jamás condescenderé a llamarlo de otra manera. El último caso, este reciente de pocos meses, es el título de Graham Greene The End of the Affaire. Traducido desde siempre como El final de la aventura, a un traductor, o editor, se le ha ocurrido que es mejor titularlo El final del affaire. Habrase visto. ¿Acaso ignorar los perpetradores de esta suplantación que aventura tiene en castellano el mismo sentido de affaire (aventura galante) que tiene en inglés y francés? ¿Por qué el cambio de título? ¿Quieren dejar a las claras que no se trata de una aventura a lo Emilio Salgari? Lo último perpetrado por estos traductores salvajes es el título de un relato de Kafka, que alguien recientemente (no diré quién) tituló En la colonia penal. Desde siempre este título ha sido En la colonia penitenciaria, titulo arraigado en el inconsciente colectivo de los lectores. ¿A qué viene este cambio que empobrece un título ya arraigado? ¿Hasta dónde vamos a tener que sufrir cambios de títulos de libros ya avalados por el tiempo? Si son tan listos, u osados, ¿por qué no traducen otros títulos ya arraigados y que fueron mal traducidos, pero cuyos títulos no tienen parangón? Augusto Monterroso nos informa de varios de estos títulos mal traducidos pero que fueron un acierto completo:
◙ En México, un dramaturgo tradujo la obra de Thornton Wilder The Skin of Our Teeth, expresión que se utiliza en inglés para decir “por los pelos”, como La piel de nuestros dientes. Con semejante título, todo menos acertado, la obra tuvo un fulgurante éxito.
◙ Otra curiosa traducción que contribuyó al éxito de una obra de teatro fue La importancia de llamarse Ernesto, traducción del original The Importance of Being Earnest, donde Oscar Wilde jugaba con la polisemia de “earnest”, que quiere decir “serio” y se pronuncia como Ernesto, que era además el nombre del protagonista. Una traducción honesta, sugiere Monterroso, hubiera sido La importancia de ser honrado pero, siguiendo al mismo autor, resultaría insípida y sobre todo poco propicia para atraer espectadores. El título elegido, gracias al atrevimiento de trocar "ser honrado” por “llamarse Ernesto”, prendió en nuestro idioma y hoy sería insustituible.
◙ Más curiosa es la traducción de la obra de William Faulkner The sound and the Fury como El sonido y la furia, título tan rotundo que catapultó a la fama al autor y consiguió para el libro un enorme éxito comercial en el mercado de habla española. Lo que el traductor no supo (o quizás sí pero le dio igual) es que “the sound and the fury” es una frase sacada del Macbeth de Shakespeare, en concreto de un pasaje donde se dice que la vida es un cuento contado por un idiota, e intenta definir el parloteo de un tarado de mirada errática: “Full of sound and fury, signifying nothing”. Siguiendo de nuevo a Monterroso, una traducción que respetase el sentido de la frase sería “bla, bla, bla”, o “Bleb, bleb, bleb”, que es como se expresaría un retrasado mental, precisamente el protagonista de la novela de Faulkner. (Como curiosidad, señalar que Astrana Marín, traductor casi oficial de las obras de Shakespeare al castellano, en vez de “lleno de ruido y furia” traduce “con gran aparato”).
            ¿Se atreverían los editores o los traductores salvajes a traducir los títulos referidos como propone Monterroso que debían ser los correctos?
            Postdata: También estoy en contra de los cambios de nombres históricos y grabados en la conciencia lectora, como es el caso de Lao Tse. Ahora dicen que se dice Lao Zi. Pues conmigo se van a joder. Para mí será Lao Tse. Suena mucho mejor, y además, prueba contundente, es así como aparece en las aventuras de Tintín titulado El loto azul. Qué mayor prueba de permanencia.
            Una higa para los traductores salvajes.

            Zaragoza, 14 de octubre de 2019



lunes, 23 de septiembre de 2019

LLUVIAS EXTRAÑAS


Sin comentarios…

Popular Science Monthly, Inglaterra, diciembre 1932. La mencionada revista informa de una lluvia de anguilas el 4 de Agosto sobre Hendor, Sunderland. Las anguilas cayeron sobre carreteras, jardines y tejados de las casas.

News and Courier, Charleston, EE.UU., 4 de septiembre de 1866. Se informa de una caída generalizada de piedras calientes a eso de las 7:30 de la mañana. A la 1:30 de la tarde una nueva caída de piedras calientes. El editor del diario afirma haberlo visto con sus propios ojos.

Scientific American, abril 1877. Se da cuenta de que miles de serpientes caen sobre Menphis, Tennessee, durante una tormenta ocurrida el 15 de Enero de ese año. Los reptiles no superaban los sesenta centímetros de longitud.

21 de Mayo de 1921, London Evening Standard. Miles de ranas cayeron del cielo sobre Gibraltar. El comentarista añade que las ranas estaban vivas y saltaban agitadas por el suelo.

21 de Julio de 1979, Soviet Weekly, Moscú. En la villa de Dargan-Ata en la entonces soviética Turkmenistán, otra lluvia de ranas, también vivas y saltarinas.

31 de Mayo de 1981, London Sunday Express. Lluvia de ranas en Narplion, Grecia. También vivitas y saltarinas. Referido por el Instituto Meteorológico de Atenas.

12 de Julio de 1873, Scientific American, EE.UU. Ranas cayeron del cielo durante una tormenta en Kansas City, Missouri.

5 de Agosto de 1940, London Daily Express. Lluvia de monedas sobre la ciudad de Mesherera, Rusia, durante una tormenta.

10 de Diciembre de 1968, London Daily Mirror. Lluvia de monedas durante un cuarto de hora sobre Gateshead, County Durham. Todas las monedas estaban dobladas por el medio.

30 de Diciembre de 1956, London People. Caída de monedas sobre Hanham, Bristol.

4 de Junio de 1981, Stocksport Express, Inglaterra. Lluvia de monedas sobre Reddish, población situada entre Stocksport y Manchester. El reverendo de la localidad, Graham Marshall, confirmó el hecho añadiendo que las monedas eran de 1 penique y de 50 peniques. También aseguró que no existía en la población ningún edificio lo suficientemente alto para que pudiera ser utilizado de plataforma para una broma.



Zaragoza, a 23 de agosto de 2019



lunes, 2 de septiembre de 2019

La felicidad



¿Qué es la felicidad? ¿Cómo podríamos definirla, explicarla, o mejor: alcanzarla? Nos referimos a esa meta indefinible de los seres conscientes, esa zanahoria existencial, esa imaginaria sublimación de la dicha, esa ilusoria ataraxia en el goce. Sin querer casi hemos definido la felicidad y no llevamos sino unas pocas líneas. Pero en realidad lo que me interesa aquí es dejar constancia de cómo ven este celebrado concepto los grandes escritores, pensadores y poetas.
         Decía Gómez de la Serna, Don Ramón, que la felicidad consiste en ser un desgraciado que se sienta feliz. Escepticismo carpetovetónico. Josep Pla considera que la indiferencia hacia el mundo es la felicidad. Concepción cercana al budismo, casi un nirvana made in Palafruguel, nirvana iluminado por esa luz clara y húmeda del Mediterráneo. Sin embargo Pessoa, D. Fernando, nos asegura que la felicidad está fuera de la felicidad. Y nos advierte contra aquellos que pretendan inventar la máquina de hacer felicidad. Claro que no sabemos por qué nos pone en guardia contra tales mecanismos. Podría ser la solución ideal. Felicitas ex machina. ¿Es la felicidad la alegría? J.D. Salinger nos enseña que la felicidad es un sólido y la alegría, un líquido. Salinger, como buen guardián entre el centeno, conocía como nadie la química del alma.
         Francisco Umbral nos informa que de la dicha sólo tenemos el recuerdo, nunca la experiencia. ¿Será verdad? Quizás tenga razón Hermann Hesse cuando nos asegura que la felicidad es un “como”, no un “qué”, un talento, no un objetivo. Nietzsche nos descubre, por otro lado, que es su poco lo que da valor a la felicidad. Su poco, y para pocos, como nos lo recuerda el gran Shakespeare:

                   “Oh happinness enjoyed but of a few,
                    and, if possessed, as soon decayed and done”.

Lo que es cierto es que la felicidad no es algo que se alcance fácilmente. Y algunos, por su circunstancia, lo tienen más difícil. Como T.E. Lawrence: “Yo nunca seré completamente feliz, con la felicidad de esos tipos que encuentran el néctar de la vida, y su elixir, en el estremecimiento de una glándula seminal”. Este descreimiento de la felicidad, de hacer caso a Fernando Savater, forma parte del proceso normal de la existencia: “Descreer de la felicidad es una forma de escepticismo a la que todo el mundo llega antes o después; hay quien se lo toma por la tremenda, pero la mayoría prescinde de ese enfático concepto con resignación e incluso con alivio”. ¿Significa esto que todo el mundo debe resignarse a ser desdichado, o que la felicidad no existe? Problema menor este de la infelicidad si hacemos caso a Hermann Hesse: “La infelicidad, cuando se domina, se convierte en felicidad”. El problema es dominar la infelicidad, potro bravo que apenas se deja montar y con quien la fuerza bruta apenas sirve. Se necesita talento, arrobas de talento, y quizás humildad. Aleister Crowley, de profesión sus magias, dice que sólo aquellos que han deseado lo inalcanzable son felices. La felicidad como ambición, como desmedido objetivo. Y es que hay muchas formas de imaginar la felicidad. Algunos la ven como un sometimiento a la rutina de la existencia. Es más, Rodrigo Fresán, escritor argentino, sostiene que la interrupción de una rutina por otra forma de rutina puede ser una de las tantas versiones del paraíso. Paraíso cuántico, saltos indeterminados de paquetes de rutinas que describen órbitas en torno a un centro/núcleo de dicha. Aunque también los hay pesimistas del todo, como Frank O’Connor: “Incluso si sólo quedaran dos hombres sobre la tierra y ambos fueran santos, no serían felices. Alguno de ellos intentaría mejorar al otro. Así es la naturaleza de las cosas”.
         ¿Debemos terminar aquí, con este sombrío panorama, nuestro corto periplo por el concepto felicidad? No, por una vez, y sin que sirva de precedente, dejemos un margen de esperanza a la felicidad y digamos con el Maharishi Mahesh Yogui:

                            “El hombre nace para ser feliz”.

         Quien quiera entender, no entienda.


Zaragoza 2 de septiembre de 2019

lunes, 22 de julio de 2019

La amistad


El lobo es un hombre para el lobo. Esta reflexión lupina puede ser un buen comienzo para estudiar uno de los sentimientos más preciados del ser humano. ¿Preciado por escaso? El caso es que este afecto desinteresado es una de las cualidades más ponderadas y menos ejercida por nuestros congéneres. ¿Homo sapiens u homo serpiens? Todos presumimos de tener amistades o de ofrecer la nuestra, hasta que llega el momento de ponerla en práctica, o de necesitarla. Entonces un conveniente olvido parece cernirse sobre este entrañable afecto, que ineluctablemente termina recluido en las sentinas del ánimo. Ya lo sabía Mark Twain: "La sagrada pasión de la amistad es de una naturaleza tan dulce y estable y leal y perenne que durará toda la vida, siempre que no se nos pida dinero prestado". La culpa, claro está, es del dinero, ese vil metal...
         Nietzsche decía que la mujer no sabía lo que era la amistad, que la mujer sólo conocía el amor. Lo que no sé es por qué Nietzsche parece dar por sentado que el hombre si conoce este sentimiento. Seguramente cambiaría de opinión al conocer lo de su amigo Paul Rée con su querida Lou Andreas-Salome. Cría amigos y te sacarán los cuernos. Quizás lo que ocurre es que descuidemos este particular afecto, lo dejemos desatendido y se nos enmohezca, se anquilose. Samuel Johnson solía decir: "Un hombre, caballero, debe mantener su amistad en continua reforma". Hay que evitar las goteras de la envidia, las telarañas de la pereza, los desconchados de la sospecha. Porque la amistad es un edificio vetusto, amplio y añejo. Necesita de todos los gremios de la virtud para mantenerlo en buen estado.
         Kalil Gibran proporciona esta definición mística: "Tu amigo es tus deseos satisfechos". Un poco cursi, como todo lo oriental, y simple, como todo lo místico. Sin cursilería, pero imbuida de un esoterismo pedestre, la máxima: "Tu único amigo es el reflejo del misterio en cada forma". Esto es de Ram Dass, una especie de predicador laico de esa Norteamérica cuya brújula sentimental apunta al Benarés. Siguiendo en Norteamérica, y volviendo a los amigos, el Groucho Lenin de los sesenta, Abbie Hofmann, afirmó: "Algunos de mis mejores amigos son enemigos". Quizás eso sea amistad bien entendida. O enemistad encubierta. Lo cierto es que hay enemigos que respetamos y amigos que despreciamos. Y es que muchas veces no se puede elegir el bando, los amigos o enemigos vienen impuestos por las circunstancias, por la sociedad, por los entroncamientos familiares. Ay, si pudiera elegirse libremente...
         La amistad es el cauce donde depositamos nuestros afectos hacia los congéneres que nos ha tocado en suerte. Algunos hombres son ríos secos, otros riachuelos contaminados, pocos poseen caudal suficiente para saciar la sed de los que a él se arriman, menos aún los capaces de anegar reinos. Siguiendo con el símil fluvial, Rodrigo Fresán, escritor argentino, decía que el cauce de las grandes amistades casi siempre desemboca en el océano de una gran traición. ¿Pero es que no hay nadie que defienda a nuestra especie de la maldición de insolidaridad que parece perseguirla? ¿Qué ha sido del concepto que acompañaba a la libertad y la igualdad en la triple divisa que definía la Revolución Francesa? La fraternidad entre los hombres sigue siendo la asignatura pendiente.
         Amistad, divino tesoro. El refranero ya lo sabía. Quien tiene un amigo, no sabe lo que tiene. Lo cual no está mal, porque si supieran su valor, comerciarían con él. Somos así. Ay, amistad, amistad. Como se dirigía Aristóteles a sus discípulos: "Amigos míos..., no hay amigos”.

  
Zaragoza 22 de julio 2019

lunes, 8 de julio de 2019

El alma



El alma

Alma es una palabra que posee múltiples significados: religioso, teológico, epistemológico, psicológico, antropológico y otros "icos" hijos de la erudición. La representación primitiva de este concepto es asimismo varia, si bien con puntos comunes. A veces se concibe el alma como un soplo, un aliento o hálito, uniendo al respirar, función básica en el quehacer biológico, una función paralela y aneja de espiritualidad. Sólo los seres que respiran poseen alma. O viceversa. A veces se concibe el alma como una especie de fuego. Al fallecer el individuo, este "calor vital" se apaga y solo quedan cenizas. Polvo quizás, ¿mas polvo enamorado? Clara premonición de los actuales crematorios. A veces también se concibe el alma como una sombra, un espíritu, un fantasma que nos habita, un ser liviano y translúcido y utilizado, hasta hacer tópico, por la literatura romántica en sus novelas de fantasmas. Pero los primitivos, al legarnos sus concepciones del alma, mostraron su falta de perspicacia, pues suponían que los animales y las mujeres carecían de este preciado hálito. Ahora sabemos que sí tienen. Me refiero a los animales.
         Con el advenimiento de las religiones militantes, y su legión de Doctores Irrefutables, Doctores Sutiles, Doctores Angélicos, Doctores Querúbicos, Seráficos, etc., esta sustancia etérea pasó a ser propiedad de la divinidad y por lo tanto subordinada a los representantes de esta divinidad en la tierra. Y así se originaron las persecuciones religiosas, las inquisiciones, las dictaduras teocráticas. Pero la argucia de los sacerdotes no se detuvo ahí: como se suponía que el alma habita necesariamente un cuerpo, también éste debía ser objeto de control por estos representantes de la divinidad. Con la excusa de lograr habitáculos dignos de tan sacra sustancia, se crearon los cilicios, los ayunos, los ejercicios espirituales, la tortura de impíos. Y al final, el cuerpo fue condenado a quedarse aquí pudriéndose bajo las malvas, mientras el alma ascendería ufana hacia las alturas o descendería cabizbaja hasta los infiernos. Otras almas, de carácter anodino, quedarían flotando no se sabe dónde, indecisión espiritu-local que recibe el nombre de limbo. Esta dualidad cuerpo/alma se la debemos a Platón. Lástima no reventase en su banquete.
         Los estoicos y epicúreos, esa modernidad de la antigüedad, consideraron que el alma poseía una realidad de alguna manera "material", eso sí, una materia extremadamente sutil: no se podía ir demasiado contra los tiempos. San Agustín subrayó el carácter "pensante" de esta sustancia o hálito, y dio origen a esa secta nociva que se conoce como los Padres de la Iglesia. Santo Tomás, con la excusa de aristotelizarlo todo, distinguió entre almas vegetales, animales y humanas. De nuevo se olvidó de las mujeres. Descartes creía que el alma estaba localizada en la glándula pineal, ya que aceptaba la idea, entonces bastante común, de que esta glándula no se encuentra en ningún organismo salvo en el cuerpo humano. Hoy sabemos que esta glándula está presente en todos los vertebrados, alcanzando su mayor desarrollo en un reptil primitivo llamado tuatara. ¿No es curioso? Podríamos hacer de la tuatara el paradigma de la espiritualidad. Menos han hecho otros seres para merecer parecida consideración. La ilustración nos trajo un concepto nuevo del alma, reduciéndola a mera sede de los actos emotivos, cajón de los afectos y sentimientos. Ya en nuestro siglo, Robert Musil, austríaco sin atributos, rehuyendo lo sólito, definió el alma como aquello que escapa y se esconde al oír hablar de progresiones algebraicas. Es lo más avanzado en definiciones del alma. También, y quizás motivado por tan extravagante teoría, apareció la concepción "alfarera" del alma, lo que dio origen a que muchos seres fueran tildados de "alma de cántaro", sea lo que ello signifique.
         Modernamente, las ramas no teológicas y filosóficas, buscando singularizarse, se desprendieron del uso de esta palabra, tan teñida de piedad religiosa, y adoptaron eufemismos de sonoridad científica: psique, mente, ego. Estos conceptos han sido usados hasta la extenuación gramatical por la moderna psicología y es por ello que convendría buscar unos nuevos. Influenciado sin duda por el posmodernismo cibernético, yo propondría algunos: quinqué, pensata, logicón, neurón..., cada uno con su matiz, cada expresión para la ocasión idónea.
         El alma, me han asegurado fuentes bien uniformadas, desaparecerá de Europa con la entrada de la moneda única. Las enciclopedias disminuirán considerablemente su grosor y los agnósticos nos habremos librado de una palabra que nos da grima. Bendito acontecimiento.

 Zaragoza, 08 de julio de 2019

lunes, 17 de junio de 2019

El ocultismo


Decía Theodor W. Adorno, y decía bien, que el ocultismo es la metafísica de los imbéciles. Y añadía que desde los primeros días del espiritismo el más allá no había comunicado nada como no fueran saludos de abuelitas muertas o perspectivas de un viaje. Nunca el número de lotería que será premiado. ¿Qué impide a un adivino hacerse rico con la lotería? ¿No sería más sencillo esa forma de hacerse rico que el engaño a clientes bobos y crédulos? A lo mejor todos los que salen agraciados con la lotería son adivinos, y lo ocultan. No es más ridícula esta posibilidad que el adivinar el porvenir a través de una bola de cristal.
También es significativo que ese mundo del más allá con el que nos comunican los ocultistas no pueda comunicarnos nada que no pueda concebir la razón humana. Esperamos, y recibimos, mensajes de significación ordinaria para habitantes de un mundo tridimensional. Pero piénsese qué cosas podría comunicar quien viviese en ese más allá. Probablemente cosas que no entenderíamos. No podemos entender mensajes que vayan más allá de nuestra razón. Alguien dijo que si los muertos pudieran hablar, no los entenderíamos. Con los residentes del más allá ocurriría lo mismo. Sin embargo, sólo nos comunican ordinarieces y menudencias cotidianas. ¡Qué desaprovechado más allá! Y es que en el contenido burdamente natural del mensaje sobrenatural se revela su falsedad. Suministran una cosmovisión de la idiotez. Aldous Huxley lo expresó de esta poética forma: “El alma se eleva a las alturas, ¡qué lindo, / el cuerpo, el cuerpo se queda en el sofá”.
Cuanto más grande la patraña tanto más cautelosa debe ser la organización del ensayo. La presunción del control científico es llevada al absurdo. El mismo aparato racionalista y empírico que acabó con los espíritus es ajustado para imponérselo a los que no confían ya en la propia ratio. Así, justifican cualquier posibilidad comunicacional con el más allá amparándose en la extrañeza de la física cuántica o en teorías del caos o en la teoría de los mundos múltiples. Pero como los espíritus no gustan de controles, hay que dejarles una puertita franca para que puedan hacer su aparición sin ninguna molestia. Así, en forma directa la cosa va de los astros al negocio. Para mí, sin embargo, el verdadero ocultista es el que oculta que es ocultista.
            Para finalizar un microrrelato de mi cosecha:

La adivina
Un hombre entra en una caseta a que le adivinen el porvenir. La pitonisa, desplegando las cartas, le dice que hoy le robarán 50 Euros. Pronunciado el vaticinio la adivina se sume en el silencio. El hombre, tras esperar en vano más información, se levanta y le dice que cuanto le debe: 50 Euros, responde ella.

Zaragoza, 17 de junio 2019

lunes, 27 de mayo de 2019

Eterna juventud


El mito de la eterna juventud ha traído de cabeza a los hombres desde tiempo inmemorial. Las leyendas célticas hablan de Avalón, la mítica isla de los Santos, donde se encuentran las manzanas de la eterna juventud. Allí dicen que fue curado el rey Arturo cuando, herido de muerte, fue conducido por Morgana y Nimue. Y hay quienes profetizaron su regreso después de que entregara a Bedivere la espada Excalibur para que se deshiciera de ella. De la Sibila de Cumas, Deifoba, se cuenta que el dios Apolo había prometido concederle todos sus deseos y que ella, precipitándose en la petición, solicitó vivir tantos años como granos de arena cupiesen en su mano, pero olvidó, sin duda por descuido o exceso de confianza, pedir la eterna juventud, de modo que se consumió tanto que, arrepentida, esperaba una muerte que no podía cumplirse. Lo mismo le ocurrió a Titón, hermano de Príamo e hijo del rey de Troya Laomedonte, de quien se enamoró Eos, la diosa de la Aurora y para quien solicitó la inmortalidad olvidando la eterna juventud, de modo que Titón vivió con la apariencia de un anciano decrépito mientras ella per­manecía joven y hermosa. Y cuando la ninfa Calipso quiso retener a Ulises en la isla de Ogigia fue también este mismo argumento el que utilizó, aunque el aventurero lo rechazara. Es una perma­nente obsesión en todas las culturas.  Tanto es así que en el Poema de Gilgamesh, probablemente el libro más antiguo de que se tiene noticia, también su protagonista ambiciona la inmortalidad y recurre al sabio Utnapishtim para que le revele el lugar donde se encuentra la planta que confiere la eterna juventud. Otros simple­mente han utilizado este deseo de los hombres para enriquecerse o medrar aprovechando la ingenuidad de unos y otras, como en el caso de Giuseppe Balsamo, conde de Cagliostro, célebre estafa­dor en la corte del rey Luis XVI, que decía vender el elixir de la eterna juventud. Pero sin duda el caso más patético y más sobre­cogedoramente terrible es el de la condesa húngara Erzsébet Báthory. Tanto era el deseo de esta mujer por conservar su lozanía, que llegó a creer que bañándose en sangre de jóvenes sacrificadas para tal fin su cuerpo escaparía a los estragos del tiempo. Se cree que fueron cientos las mujeres sacrificadas por el capricho de la condesa. Ocurría a finales del siglo XVI y principios del XVII, hasta que el 30 de Diciembre de 1610, el conde Gyorsy Thurzo, primo de la Báthory, acordonó su castillo y arrestó a todos sus habitantes. El juicio se celebró en 1611 sin la presencia de la condesa, que se negó a asistir. Todos sus colaboradores fueron condenados a muerte pero a ella el propio rey Matías II de Hungría le conmutó la pena de muerte por la de prisión perpetua en su propio castillo, donde moriría cuatro años más tarde.
            El que pide la vida eterna, realmente no sabe lo que pide.

Zaragoza, 27.05.19

lunes, 29 de abril de 2019

Vendarse los ojos con ideologías


Vendarse los ojos con ideologías

El hombre, para gobernar, se venda los ojos con ideologías.
(Nicolás Gómez Dávila)

El concepto de ideología fue acuñado por primera vez alrededor de 1800. El vocablo designó primero el estudio de la formación de las ideas, en su sentido de representaciones mentales y, luego, la corriente filosófica que se consagró a estudiar la materia. Fueron Marx y Engels quienes cincuenta años más tarde imprimieron al concepto de ideología el sentido que en lo esencial posee todavía hoy.
Pero, ¿qué es una ideología? Según Jean-François Revel, la ideología es una triple dispensa: dispensa inte­lectual, dispensa práctica y dispensa moral. La primera consiste en retener sólo los hechos favorables a la tesis que se sostiene, incluso en inventarlos totalmente, y en negar los otros, omitir­los, olvidarlos, impedir que sean conocidos. La dispensa prácti­ca suprime el criterio de la eficacia, quita todo valor de refuta­ción a los fracasos. Una de las funciones de la ideología es, además, y según este pensador conservador francés, fabricar explicaciones que los excusan. 
Para Peter Sloterdijk, la ideología oficial de la cultura superior, en todas sus variedades, quiere hacernos creer que la auténtica historia, aquella de la que merece la pena ocuparse, no tiene más que cuatro o cinco mil años. Así, la ideología se inclina a sus ocultos maestros: los genes.
            El poderío de la ideología, siguiendo de nuevo a  Jean-François Revel, encuentra su mantillo en la falta de curiosidad humana por los hechos. Cuando nos llega una in­formación nueva, reaccionamos ante ella empezando por preguntarnos si va a reforzar o a debilitar nuestro sistema habitual de pensamiento. Si refuerza nuestras opiniones, o prejuicios, la aceptamos gustosos sin más reflexión. Si se opone a nuestra opinión, la rechazamos o la ignoramos. Por esos los líderes políticos no hablan para convencer, no hablan a la otra parte, hablan a los suyos, hablan para reforzar sus creencias.
Sabemos que el hombre siempre ha estado dispuesto no solo a matar sino a morir por buenas, malas o completamente fútiles causas. Y una de ellas es la ideología de cualquier signo. Una enfermedad que prende siempre en los más jóvenes. Los mayores, los ancianos están vacunados… casi siempre. Como bien dijera el colombiano Nicolás Gómez Dávila: “Las ideologías se inventaron para que pueda opinar el que no piensa”. Más contundente se mostraba Rafael Sánchez Ferlosio: “Sin ideología, ninguna guerra”.
Terminemos esta digresión con lo que dijera un sabio: “Un tonto de pie ve más lejos que un intelectual sentado”. Y no olvidemos que los intelectuales son, en general, los diseñadores de ideologías y, en particular, sus más ardientes propagadores.

Zaragoza, 29.04.19