miércoles, 23 de diciembre de 2015

Hoy me siento optimista

Hoy me siento optimista. Si bien hoy no ha muerto ningún dictador importante, ni se han acabado las múltiples guerras que jalonan la geografía de este desquiciado planeta, tengo para mí que han muerto más de cinco mil hijos de perra, gentuza que puteaba a sus vecinos o votaba a la derecha más reaccionaria u oprimía a su familia o simplemente no reciclaba la basura. No quiero saber cuántas personas buenas y decentes han muerto, porque ya he dicho que me siento optimista. ¿Por qué me siento optimista, aparte la razón estadística de defunciones? Pues por cientos de razones. Enumeraré algunas: hoy no he sido contagiado con la gripe que a bien tenga la Organización Mundial de la Salud de amenazarnos, ni con la legionela, ni con la hepatitis B; hoy no he sido despedido de mi empleo; hoy no he sufrido ningún accidente de tráfico, ni doméstico; hoy no me ha asaltado ningún maleante, no me ha adoctrinado un sacerdote o molestado un vendedor telefónico; hoy no le ha ocurrido nada malo a ningún ser querido; hoy he podido comer, vestirme, pagar mis facturas; hoy no he sido víctima de ninguna estafa, si no consideramos como tal la poca rentabilidad de mis ahorros o la factura de la luz; hoy he leído un buen libro y he comprado varios; hoy no se me ha inundado la casa, sobre mi ciudad no amenaza una nube tóxica ni una gota fría; hoy he conversado con unos amigos durante la comida; hoy no ha profanado mi palacio un fementido traidor; hoy mi ordenador funciona correctamente; hoy me he dado una ducha con agua caliente; hoy me ha venido un aroma a nueces de cayú, incienso árabe, y ese olor meloso de calles entoldadas; hoy los vecinos de arriba no han hecho ruido y he podido concentrarme en escribir; hoy no me duele la cabeza (muy importante); hoy he hablado con mi hijo (está fuera) y está bien; hoy he descubierto que no es el amor, sino sus alrededores, lo que vale la pena; hoy me he alegrado con el chiste de Forges; hoy me he reído al menos un par de veces; hoy, finalmente, he escrito este artículo. Y además huele a madreselva y universo.


Zaragoza, 23 de diciembre de 2015

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Generaciones separadas por el lenguaje

Si hay algo que distingue y separa a las generaciones es el lenguaje. Cuando yo era joven manejaba un argot musical que mi padre apenas entendía. No sabía lo que era un “long play”, ni un “hit parade”, ni siquiera qué quería decir “Los cuarenta principales”. Para él yo graznaba en el volapuk musical de la frecuencia modulada. La alta fidelidad volaba muy por encima de su comprensión, de su mundo, un mundo donde el mayor logro tecnológico era la radio. Parecieron adaptarse a la televisión, pero sólo a su forma pasiva, deglutidora. Si había que sintonizar canales, adaptarles un aparato para el UHF, entonces intervenían los hijos. El reproductor de vídeos ya superaba por completo cualquier intento de comprensión y lo miraron siempre con algo de animadversión. Yo llegué a la informática relativamente a una edad tardía, pero aun así me cautivó. Pero pronto los continuos avances me resultaron difíciles de seguir. Ahora, cuando tengo algún problema, llamo a un técnico o le digo a mi hijo que le eche un vistazo. Mi hijo no ha estudiado nada de informática pero como todos los jóvenes de hoy, sabe manejarse por menús que yo ni imaginar que existieran hubiera podido. ¿Intuición? ¿Simbiosis de la corta edad con la tecnología del silicio? Me he convertido en un usuario comodón tanto del ordenador como de la red, avanzando con retraso hacia aquellas aplicaciones que me son útiles en mi labor escritora o en mi curiosidad de navegante ciberespacial. Pero he tenido que renunciar a muchos progresos. Mantengo blogs pero tengo dificultades a la hora de cambiar el diseño de la página. He logrado adaptarme a Facebook pero he renunciado al Twitter (esto no por incapacidad de adaptarme al medio, que no me parece difícil, si no por las consecuencias devastadoras de comentar algo en caliente). Apenas me acurdo de cómo se baja música a un MP3 (ahora MP4), no utilizo la descarga de películas porque no me gusta verlas en el ordenador. No chateo por internet ni me he apuntado a redes como Linkedin o esas de flirteo. Me da miedo bajarme programas nuevos por si me introduce algún virus. Cuando cambio de ordenador, un técnico homologado me lo deja listo para su uso. Y me sigue maravillando cómo los jóvenes han aprendido a manejar esta tecnología sin cursos ni maestros, simplemente apretando botones, teclas y cliqueando en la parte derecha del ratón. Hay algo innato en ellos que se alía con esta novedosa tecnología, y con cualquier tecnología nueva. Y confieso que me dan envidia. Creo, como Abbie Hoffman, que al final la única revolución es la tecnología.


Zaragoza, 16 de diciembre de 2015

miércoles, 9 de diciembre de 2015

¿Se repite la historia?


Siempre con la misma historia. ¿Para qué sirve estudiar la Historia si nunca aprendemos nada de ella? ¿No sería mejor ocultarla, para que nuestros jerarcas y milites ignoren las maldades pasadas y no tratasen de emularlas o superarlas? Se dice hasta la saciedad que la historia se repite o, como Marx, que quien la desconoce está obligado a repetirla, pero es mentira. La historia se repite porque se conoce, los genocidios y holocaustos más próximos son hijos y copias de los pasados y sólo porque éstos han existido y se conocen. Sólo el primero fue original y hubiera quedado olvidado si un chismoso con el apelativo de historiador no nos lo hubiera trasmitido. O no lo hubiera inventado, que nunca se sabe. Con razón se dice que el descubridor de las leyes de la historia siempre tendrá algo del frenético inventor de patentes inútiles. Hay un sentimiento arraigado en el hombre que le incita a repetir las atrocidades pasadas. ¿Alguien ignora los males de la guerra? Nadie, pero las confrontaciones bélicas son cada vez más cruentas. ¿Algún ingenuo ignora los males que causa el nacionalismo, cualquier nacionalismo (no me olvido del nacionalismo español, engominado y facha)? Nadie. Pero los nacionalismos proliferan cada vez más, son más exigentes, imperiosos e impertinentes. Buscan el baño de sangre, el ritual de su consagración. No hay movimiento nacionalista sin mártires, cuantos más, mejor. Necesitan el odio que dejan las víctimas para abonar sus ansias de diferenciación, ellos que no se diferencian de los miles de nacionalistas habidos y por haber. Por eso sería conveniente prohibir la enseñanza de la historia en todos los niveles de aprendizaje, que el ciudadano, a-histórico, nazca libre del pecado del recuerdo. Bajo este olvido sería difícil que el ser humano se comportase peor. Hoy, en pleno historicismo, pueblos que han sido víctimas de holocaustos aireados repiten con otros pueblos estragos parecidos a los que ellos padecieron. ¿Quién parará tanto disparate? Sólo mi “solución final”: olvidar la historia, prohibir su enseñanza, esos renglones con lágrimas escritos.


Zaragoza, 9 de diciembre de 2015

miércoles, 2 de diciembre de 2015

¡Cuántas veces nos engañan los sentidos!

¡Cuántas veces nos engañan los sentidos! Pero cuántas más nos engañan los encargados de informarnos o educarnos. No sé quién dijo que encontrar hoy en los periódicos una noticia verdadera era una verdadera noticia. Bueno sí, lo sé, fui yo. Y es que resulta curioso leer la misma noticia en dos periódicos de corriente ideológica opuesta, o incluso un poco distinta. Sólo permanecen invariables las fechas y los nombres, y a veces ni eso. Hemos sido engañados por nuestros mayores, por nuestros educadores, por los sacerdotes (la verdad les dejaría sin oficio), por los periodistas, por los gobiernos. La historia se reescribe a cada momento y no siempre para mejor. Los nuevos países que se forman o Comunidades Autónomas con competencias para ello, no dudan en tergiversar la historia para amoldarla a su conveniencia, una vez apareciendo como víctimas de la injusticia y otras como vencedores en luchas sólo por ellos imaginadas. La función de los nuevos historiadores, de tan fácil pluma como escaso escrúpulo, es ensalzar a la Comunidad a la que se pertenece, y de la que se cobra. Un asesino o terrorista es un patriota dependiendo del bando desde el que se lo juzgue. La realidad se ha retorcido tanto que criticar, por ejemplo, la furia bélica israelí contra civiles palestinos es hacer anti-sionismo y estar a favor del terrorismo de Hezbolá. Habrá que empezar a dudar de todas las verdades reveladas. ¿Mató Caín a Abel o fue a la inversa? ¿Fue por envidia o fue porque no podía soportar las vejaciones de un pelota de la Divinidad, un chivato que no daba golpe y sólo gustaba de peinar los bucles de sus rizos mientras el pobre Caín trabajaba como un camello, un camello árabe? A lo mejor.


Zaragoza, 2 de diciembre de 2015

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La política, como el amor, es cosa de dos

La política, como el amor, es cosa de dos. O de tres, como muestra la foto. A veces incluso se dan orgías de poder. En la política internacional raro es el país que va solo. Siempre se buscan compañeros de viaje. El estado poderoso siempre cuenta con aliados, generalmente camaleones del poder que rige, que le hagan el coro y muestren que las decisiones que adopta no son para su egoísmo particular (que sí lo es), que hay otros que opinan lo mismo. El caso más paradigmático lo tuvimos hace unos pocos años cuando los Estados Unidos, para invadir Irak y tomar el control de su petróleo, necesitó la coreografía de Inglaterra (su perrito faldero) y España, cuyo presidente entonces, poseedor de una soberbia antológica (¿Cómo se sufre a sí mismo un ignorante soberbio?), pensaba que compartía el poder con esos dos estados cuando no era sino el menor de los palmeros, el botijero que entra gratis al espectáculo y se cree por ello privilegiado. España no ganó nada con ese gesto de seguidismo estúpido sino que perdió mucho: credibilidad y muertos en el atentado de Atocha. Pero alguien sí ganó: el botijero, el palmero menor, la voz de su amo que, sin saber inglés (y otras materias más fundamentales) pasó a dar clases en la universidad de Georgetown (¿George Bush Town?) y luego ascendió a consejero remunerado a las órdenes del magnate ultraconservador Mr. Murdoch, propietario de uno de los imperios mediáticos más retrógrados y belicosos del planeta. No, el Planeta todavía no lo ha ganado, pero todo se andará. Sólo tienen que escribirle una novela, o que se la escriba su mujer, que también publica. En caso de que vuelva, volverá el hombre con más humos, y eso que no fuma. Si ahora su soberbia bate marcas, si algún día regresase a la política y ganase, moriría de vanidosa hinchazón. Pues las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere. Desde esta perspectiva quizá no estaría tan mal que volviese.


Zaragoza, 25 de noviembre de 2015

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Cultura de porcelanas

Los japoneses, en sus representaciones, muestran rostros de porcelana. Japón es una cultura de porcelanas. Los cuencos donde se sirve el sake, o el té, son de porcelana. En inglés, porcelana se dice “china”, dejando claro la procedencia o la primacía artesanal de este delicado y antiguo material. La porcelana crea utensilios frágiles, recipientes y figuras que han de ser tratados con delicadeza suma y manejados con gracia y minucia gestual. Y los japoneses, y en general los orientales, son diestros en modales delicados y protocolos de paso lento. Como si su ideal fuera la creación de una cultura indiferenciable del movimiento de un árbol. El protocolo también es una destreza, o arte, nacido en china, y que imita la gimnasia del árbol por florecer. De los chinos derivan todos los protocolos, pero ninguno alcanza su sutileza y complejidad. Los japoneses, sus vecinos, se contagiaron de esos rituales lentos. Una geisha, por ejemplo, tarde muchas horas en acicalarse y sus movimientos y procesos, siempre idénticos, sigue unas normas milenarias que han sobrevivido inmutables. En las luchas con espada los movimientos de los samuráis siguen rituales pausados, un baile aprendido, grácil, interrumpido por un súbito movimiento de ataque que incluye grito, y acabado en una estocada rapidísima que suele ser mortal. Después de proporcionada, el espadachín se queda quieto, reconcentrado, los brazos extendidos en pose estudiada, como si al higiénico atletismo del combate sucediera la impasibilidad concentrada de la mente. Hoy, más modernos, más occidentalizados, los rituales lentos de los japoneses y chinos, pervive en su saludo: una inclinación de cabeza; y si se sirve té, la porcelana devuelve la lentitud de los movimientos y el ritual se impone a las prisas. Pero el ritual más propio de los japoneses, el único que no puede imitarse es el hara-kiri. Cuando no encuentra una salida a su humillación o derrota, el japonés, al contrario que el agresivo occidental que se lleva a cuantos puede por delante, se auto inmola. Luego, ironías de los crepúsculos celestes, un amigo le corta la cabeza.


Zaragoza, 18 de noviembre de 2015

miércoles, 11 de noviembre de 2015

La plaga de nuestro tiempo

El terrorismo es la plaga de nuestro tiempo (bueno, es una de ellas, pero la que más miedo provoca). Y el terrorismo árabe es la cepa más virulenta y mortífera de esta plaga. ¿Tendrá algo que ver la religión de los terroristas con la mortandad de las cepas de terror que cultivan? Sería un asunto digno de la mayor consideración. El catolicismo ha dado terroristas como los del IRA y los de ETA, organización esta última que a pesar de autoproclamarse marxistas, se gestó en un seminario. Son terroristas urbanos, nacen por motivos concretos, normalmente vinculados con reivindicaciones nacionalistas y con el tiempo, y gracias a esfuerzos de la policía y al desencuentro con la población a la que dicen representar, se debilitan y eventualmente mueren. Pero no hay que fiarse. El budismo no produce terroristas. Ni ciertas sectas puritanas anglocristianas, hasta ahora. El islamismo surgió con fuerza a mediados del siglo pasado, jaleado y subvencionado por países como Libia, pero fue degenerando hasta alcanzar su clímax en el momento que encontraron el enemigo perfecto: Israel. Israel (y por extensión su protector, los EE.UU.) logró aglutinar todos los odios de los árabes y fomentar el terrorismo más salvaje que hayan conocido los tiempos modernos y cuyo paradigma es la autoinmolación. Para lavar los cerebros de estas bombas andantes se utiliza el narcótico de la religión, en concreto la musulmana, y proporciona tan buenos resultados que se tiende a creer que sólo esa religión puede producir tales efectos. Pero no es así. El cristianismo ha dado mártires semejantes, aunque no llevasen prendidos explosivos en la cintura. Y todos los movimientos revolucionarios, incluidos los de corte marxista, sin religión, han producido bombas andantes. El caso más reciente lo tuvimos en el movimiento peruano Sendero Luminoso. No es la religión, es la juventud del sujeto, edad proclive al sacrificio, y el fanatismo de los programadores de cerebros intonsos. Cualquier fanatismo sirve. Elija el suyo.


Zaragoza, 11 noviembre de 2015

miércoles, 4 de noviembre de 2015

El hombre es un bobo para el hombre

El hombre es un bobo para el hombre. Esta frase, como ígneo marchamo, debería estamparse en la frente de todas las personas serias y adscritas al trascendentalismo. El mundo está lleno de bufones, la mayoría menos filosóficos que Yorik, pero que ponen adecuado contrapunto a la seriedad de los sacerdotes con barba de archimandrita, a los predicadores de roja barba rabínica y a los muslimes que prohíben la vista del muslamen. Se dice mucho esa frase: “El hombre es el único animal que ríe”, frase gastada y que nos emparenta con la hiena. Con mayor motivo podría decirse que el hombre es el único animal que juega a la lotería, se desahoga en graderíos u organiza contiendas donde perecen cincuenta millones de seres de su especie. Yo, por simplificar, dejaría la frase como “El hombre es el único animal”. Y buscaría otro término no contaminado de antropomorfismos para designar a todas esas criaturas semisonrientes que tienen la desgracia de ser nuestras contemporáneas. Yo no me imagino al caballo diciendo “El caballo es el único animal que relincha”, o a la vaca argumentando “la vaca es el único animal que muge”. Sin embargo sí me imagino a la hiena diciendo: “Nosotros y el hombre somos los únicos animales que reímos”. Eso sí que es gracioso. Eso sí que podría ponernos en nuestro sitio. Pero como el hombre es el único animal que no le importa que lo comparen con cualquier bicho, el único animal que no aprende de sus errores, pues nos iba a dar igual. El hombre tiene anchas espaldas para cargar con la ignominia que él mismo se produce mediante comparaciones. Anchas espaldas y cortas entendederas. Vaya, esa sí que sería una buena definición: El hombre es el único animal que tiene anchas espaldas y cortas entendederas.


Zaragoza, 4 de noviembre de 2015

miércoles, 21 de octubre de 2015

La sociedad fiscalizadora

En la sociedad moderna abundan las situaciones fiscalizadoras. Cuando se está frente a un funcionario, uno teme que le falte una póliza, un dato nimio, un requisito que invalide todo el esfuerzo puesto en el cumplimentar un trámite que, a la postre, sólo interesa a la administración que nos fiscaliza y nos intimida. ¿Por qué no habría de intimidarse el funcionario, que al fin y al cabo cobra de nosotros y debería hacernos la vida más fácil? Pero no es así. La ventanilla intimida, el funcionario, un tipo sin imaginación, se ve revestido con el poder de rechazar nuestra petición y sumirnos en el desasosiego Administrativo. Y lo mismo ocurre con las “ventanillas” de otras instituciones que nos cobran por tener nuestro dinero: los bancos. Cuando se lleva un cheque a cobrar (ahora es infrecuente, pero hace una década era muy normal) o incluso a ingresar, siempre se teme que el que atiende la ventanilla, con cara de burócrata (la cara la da la función, no se sabe cómo, pero es así) le dé por escrutar la firma, el rasgado de la línea de puntos o cualquier otra nimiedad y nos diga que no puede hacerlo efectivo o ingresarlo en cuenta. Y tú ahí, delante de un montón de gente que piensa que eres un falsificador o un timador. Ocurre lo mismo en los supermercados. Cuando pasas los productos por caja, vas y das un billete de cincuenta euros que te acaba de dar un cajero. La chica lo coge y te mira, y pasa el billete por un detector de billetes falsos. Y tú sufres la angustia de que el puto artefacto esté desajustado y diga que tu billete no es válido. ¿Qué dices a la gente que te está observando y que ve que la chica (siempre son chicas) te devuelve el billete, un billete, repito, que te lo acaba de dar el cajero, y te dice que la maquinita de los cojones no lo aprueba? Ya puedes proclamar que te lo acaba de dar un puto cajero, o incluso un banco, que quedas como un falsificador y gracias has de dar si no llaman a la policía y te llevan detenido. La única solución que se me ocurre en estos casos es no pagar, o pagar siempre con billetes falsos, así vas prevenido y no pasas sofoco. Otro día hablaremos de los detectores a las salida de los grandes almacenes, que uno teme se disparen al pasar junto a otra persona, o porque no le han borrado del todo la señal protectora al artículo que acabas de comprar. Joder, que mal se pasa.


Zaragoza, 21 de octubre de 2015

miércoles, 7 de octubre de 2015

La unidad de lo gregario

El ejército es el paradigma de la unidad en lo gregario. El ejército necesita, para constituirse, la eliminación de las voluntades de los individuos que lo componen. Las técnicas para lograrlo son muy antiguas, y también eficaces: vestimentas iguales, falta de privacidad, sumisión y obediencia sin rechistar. Todo eso adornado con consignas y arengas y envuelto en razones extraídas de sociologías chatungas. A un soldado de reemplazo le intimida la voz estentórea de un oficial, su altanería o sus encorchados. Pero es puro teatro, pura representación para impresionar a incautos. En el fondo el militar suele ser un pobre hombre acomplejado, seguramente pésimo amante o esposo, mal padre y poco inteligente. Hasta el punto de que hoy se reconoce que el concepto “inteligencia militar” es un oxímoron, esto es, una contradicción de términos. Para un inglés, bastarían las dos últimas sílabas de tan extraño término para definir a un militar: moron. Todo el que haya tenido la desgracia de pasar por el servicio militar puede constatar mis asertos. Yo tuve la desgracia. Y constaté que la estupidez militar supera incluso a su maldad y a su incompetencia, por mucho que estas cualidades abunden en los cuarteles. ¿O quizás eran otros tiempos (mediados de los setenta)? Hoy el ejército quiere lavarse la cara con misiones de paz en el extranjero o con tareas de ayuda humanitaria. Pero para ayudas humanitarias ya están las ONG’s. ¿Por qué enviar soldados, armamento y munición si pueden enviarse alimentos, medicinas y buen talante? Sigo pensando que los ejércitos sobran. Pero no uno, el nuestro, sino todos. Todos de vez, claro. Si no, sería dar ventaja al último que quedase, que no podría dejar de aprovecharse de la situación e invadir al resto de países, cándidamente desarmados. Si los ejércitos no existieran las disputas se dirimirían platicando o a pedradas, que es, al fin, una forma de diálogo que ocasiona pocas víctimas.


Zaragoza, 7 de octubre de 2015

martes, 29 de septiembre de 2015

La reencarnación

Siempre me ha hecho gracia el mito de la reencarnación. Me parece el consuelo o la zanahoria de religiones que no tienen el señuelo del cielo, la recompensa eterna por los sufrimientos padecidos. Va, tanto la reencarnación como el mito del cielo, dirigido a apaciguar a aquellos que menos tienen, a recompensarle en abstracto (stock options del paraíso) por toda la miseria que han de soportar. Y uno se pregunta: ¿Cui bono? ¿A quién beneficia esta creencia apaciguadora? Obviamente a los que poseen, a los que disfrutan de vidas regaladas y desean mantener ese privilegio: gobernantes, sacerdotes, oligarcas. Porque si se les dijera la verdad a toda esa porción de humanidad desheredada, si se les convenciese de que solo viven una vida, la actual, la que en esos momentos disfrutan (lo de disfrutar es un decir), ¿qué harían? ¿Se quedarían de brazos cruzados o querrían su parte del pastel? Huida la posibilidad de reencarnarse en rajá, bailarina o angelote, ¿qué les queda? Su resentimiento. Y eso es peligroso. Eso es un arma de destrucción masiva. Otras de las sutilezas del engaño de trascendencia es que también posee escaleras descendentes. Una mala persona, o el gobernante que tiraniza, puede reencarnarse en escarabajo, el general y el obispo ir al infierno donde aprender por siempre jamás. Y eso consuela. Consuela tanto, o más, que la recompensa propia. De hecho consuela tanto que permite seguir existiendo a la injusticia, a la esclavitud, al malgobierno o la pobreza extrema. Los sacerdotes, con astucia de psicólogos, han sabido dar con el filón que mantiene inerme al rebaño, y el secreto se lo ha cedido a los mandatarios, que, reconocidos por el secreto, les recompensan con prebendas y privilegios. Pero, ¿por qué a la gente le seduce la idea de eternidad, que ventaja ven en ello? La eternidad a mí me parece la sublimación del aburrimiento y la reencarnación, como se dice en el chiste que acompaña a este texto, lo único que permite es suicidarse muchas veces.


Zaragoza, 30 de septiembre de 2015

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Los dones inútiles

Se habla mucho del poder de la mente, de la telequinesis, precognición y otras facultades paranormales. Pero veamos el fenómeno desde una perspectiva inédita. A una persona se le concede el don de prever los acontecimientos con décimas de segundo de anticipación. Él lo cree así y lo experimenta. Décimas de segundo antes de que un muchacho se caiga de la bici, él es capaz de preverlo. Y así con cada uno de los acontecimientos de su vida. El don está ahí, pero ¿para qué le sirve? Cuando quisiera avisar a alguien de un suceso aciago, éste ya se habría producido. Ni siquiera le reportaría ningún beneficio a él mismo, pues el lapso entre su certera precognición y el suceso adelantado sería tan corto que resulta inútil. No puede evitarse ni el más ligero rasguño. Más que un don se podría catalogar de maldición, sería vivir en una película donde el dialogo se retrasa ligeramente del movimiento de los labios de los actores, creando una sensación de extrañeza que resulta desconcertante y molesta. ¿Cuánto tendría que aumentar el lapso de tiempo para que esa cualidad extraña pudiera serle útil a su poseedor? ¿Un segundo sería suficiente? Estaríamos en las mismas. Una película aún más asincronizada. Incluso cinco segundos serían poco efectivos si se quisiera advertir a los demás. El tiempo que se tarda en llamar la atención de la víctima y explicarle de qué se trata, llevaría más tiempo. Lo mismo sirve para cualquier tipo de los llamados poderes paranormales. ¿Y si con el poder de mi mente yo pudiera desplazar un objeto de una micra de peso la distancia de un milímetro? ¿O un objeto de un gramo una distancia de una milésima de milímetro? ¿Quién lo advertiría? ¿Quién advertiría mi don si yo fuera capaz de desplazar, con el solo poder de mi mente, un transatlántico una trillonésima de milímetro? ¿Y a quién serviría? Claro que podría mostrarme ufano de mi don a sabiendas de que nadie podría demostrar lo contrario. Y eso es lo que estoy haciendo. Sepan ustedes que están leyendo esto una milésima de segundo antes de posar sus ojos sobre las letras. Es mi don. Sólo quería que lo supieran.


Zaragoza, 23 de septiembre de 2010

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Divinidad y masculinidad

Las tres principales religiones monoteístas de hoy poseen dioses masculinos. Para hallar dioses del género femenino tenemos que remontarnos a épocas politeístas, como en la India, o en la antigua Grecia, aunque en el Olimpo las diosas eran de inferior categoría que los dioses y daba la impresión de que estaban allí más por adorno que por equiparidad divina. Este dominio masculino en las formas que reviste la divinidad no deja de ser paradójico, pues los dioses y demás demiurgos lo son, principalmente, por haber protagonizado la Creación, por haber dado origen al mundo y sus criaturas. Sin embargo, la facultad de crear, de dar origen a seres, es más propio de mujeres que de hombres. Lo que hace que la pregunta del Papa en el chiste, al menos en su primera parte, sea completamente pertinente. La segunda parte, el que estuviera loca, se deduce de la progenie creada, ese ser soberbio que, incapaz de crear una hormiga, crear dioses a millares. Una metafísica que partiese de la asunción de que Dios fuese una mujer y que estuviera loca nos llevaría, lejos de antroposiquismos trasnochados, a curiosas doctrinas, peculiares catecismos y credos llenos de lógica enferma, no muy distintos a los que hoy tenemos. Como esa idea de Félix Guattari y Gilles Deleuze, que proponían que Dios es un Bogavante o una doble-pinza, un doble‑bind. Todo lo cual prueba, en mi opinión, que da igual la hipótesis de que se parta para justificar una metafísica trascendental o placebo ontológico. Lo enfermo es la mera hipótesis, cualquier edificio filosófico que pretenda erigir seres superiores, omniscientes y ubicuos, porque tales “corpus” doctrinales sólo pretenden sojuzgar al prójimo y perpetuar la casta de los sacerdotes, profesión de sicofantes con avidez de poder y de riquezas. Mejor el delirio, ese dios oscuro.


Zaragoza, 16 de septiembre de 2015

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Las fuerzas del orden

“Las fuerzas del orden” es uno de los eufemismos de mayor éxito de los muchos que produce la política. El sustantivo “fuerza” le da un aspecto enérgico que robustece ese “orden” tan del gusto de Goethe y espíritus menos eximios. Pero sabemos que la fuerza carece de sutileza, es ciega, embiste, y el orden es tan voluble como las intenciones de quien lo comanda. Orden es poner una cosa detrás de otra, es mantener un estado de objetos en equilibrio, de forma simétrica, pero nadie nos aclara si ese estado de cosas es justo o siquiera deseable. Franco, con doblez jesuita de finas mallas, utilizaba el mantenimiento del orden para sojuzgar a la ciudadanía y salvaguardar los privilegios de esos parapléjicos mentales que decían pertenecer al “movimiento”. Stalin también utilizó el orden para prodigar gulags y los revolucionarios de cualquier ideología, o los caudillos golpistas, proclaman que quieren instaurar el orden. Y con harta frecuencia ese orden se reduce a cuidar las hileras de las tumbas de las víctimas que han luchado por ese nuevo orden. No nos sirve, sola, la palabra orden. Cualquiera puede utilizarla, y de hecho se utiliza, para ordenar fortunas y poderes. Las fuerzas del orden, como es fácil apreciar en la foto, van armadas. Pertrechadas de instrumentos de castigo. Sólo en Inglaterra, que yo recuerde, los policías iban armados sólo con su silbato. Pero eso fue hace tiempo. Ahora portan los mismos instrumentos de castigo que cualquier otra policía del orbe. Las fuerzas del orden son hoy cada vez más fuertes y ordenadas. Se cumplen las palabras proféticas de Augusto Monterroso: “Los pobres son ahora más pobres, los ricos más inteligentes y los policías más numerosos”. Sí, serán más numerosos, pero son cada vez más endebles, más frágiles, más discutibles. El orden es un atavismo.


Zaragoza, 2 de septiembre de 2015

miércoles, 26 de agosto de 2015

Los nuevos cocineros

No soporto esa moda de tratar a los cocineros como genios o artistas a la altura de Mozart, Velázquez o Einstein. Hoy los cocineros se cotizan al nivel de los genios del pasado o los hodiernos futbolistas. No hay revista ni suplemento de periódico que no posea su sección gastronómica, dirigida normalmente por un “divo” del fogón o su hija, no hay cadena de televisión que no disponga de un espacio gastronómico en horas de gran audiencia donde celebrar los oficios filosóficos a la gastronomía o interrogar a los condimentos con una lupa. Y qué decir de los libros. La sección de libros de cocina en las librerías y grandes superficies es ya más espaciosa que la reservada a los superventas, y no digamos a la reservada a la poesía o a los clásicos. Y total, si lees las recetas, encuentras en el más sencillo de los platos especias y condimentos de un exotismo desquiciante, al menos aquí, donde se hacía una cocina de cebolla, ajo y perejil de chuparse los dedos. Y luego está la presentación de los manjares, los platos desproporcionadamente grandes, las viandas dispuestas en simetrías espaciales y cromáticas que quieren pasar por alto diseño, composiciones estéticas donde lo que menos cuenta es el sabor. Y los nombres de los platos también son importantes: denominaciones afrancesadas o de recursos lingüísticos de una finesse que debe más a la mercadotecnia que a la etimología de los condimentos, pero desgraciadamente un boato verbal que hoy se venera. Para estos nuevos modistos del yantar, el término “olla podrida” está proscrito, les causa desazón y náuseas… Y sin embargo. Aborrezco, lo habrán adivinado, todo lo pretencioso de esta hodierna gastronomía que se conoció como “nueva cocina”. Me he hecho el propósito de no servir nunca en el torpe ejército de la Complicación Gastronómica. Soy un casticista del yantar y proclamo que la cocina, cuanto más vieja, mejor. Millones de paladares satisfechos la avalan. Cosa que no pueden decir los pretenciosos modistos de la cocina mediática con atrevimientos culinarios que si bien arrancan gritos de admiración, sólo son avalados por las tarjetas de crédito. Y es que dada la ocasión, todo es licencia.


Zaragoza, 26.08.15

miércoles, 19 de agosto de 2015

Playas infestadas

El masoquismo de las masas alcanza su ápice en el verano. En verano las hordas veraneantes invaden las costas y celebran ritos diarios de arena y sol en playas congestionadas. La señora de la foto bien pudiera haber existido, pero es seguro que existirá. ¿Qué motiva este afán nómada, febril, hacia las playas en verano? ¿Acaso es tan difícil darse cuenta de que se abandona el cómodo hogar por un apartamento lleno de incomodidades y estrecheces o un hotel abarrotado? Todo en los lugares playeros es incómodo, desventaja, oprobio: mala comida, y cara, poco sitio en la playa para poder colocar la toalla, niños que corren y te tiran arena sobre la piel cubierta de bronceador, baños en playas sucias y sin espacio para dar unas brazadas. Si te alejas de la costa corres peligro de ser arrollado por una moto de agua o un gusano hinchable cabalgado por diez turistas rubios. Inconvenientes que no compensan la esporádica visión de un tanga que deje al aire y enaltezcan las estribaciones glúteas de una joven de hermoso ornato. Además están los mosquitos, las bebidas calientes, las noches de austriacas torturaciones a causa de las verbenas de los hoteles y el sofocante calor. Aun así, pocos somos los que elegimos quedarnos en casa, con nuestros libros, nuestro ordenador, nuestro aire acondicionado (opcional), nuestra ciudad con cines y tiendas, todas vacía para nuestro deleite. El único inconveniente, lo confieso, es que cierran los quioscos donde solemos comprar el periódico y el bar donde solemos leerlo mientras degustamos un café con leche con bollería. Hay que patearse los barrios aledaños para buscar prensa y café. Pero eso ayuda a conocer la ciudad. ¡Marchad, marchad, malditos!


Zaragoza, 19 de agosto de 2015

miércoles, 12 de agosto de 2015

Los músicos extraños

No siempre la música posee la amalgama variopinta que muestra la figura. Quizá tampoco fuera conveniente desde el punto de vista armónico. El exotismo, lo originalidad extrema puede resultar en ruido molesto o concierto de cacerolas con violines. Conducir a la imagen de la música como gesto del disolverse en llanto. Claro que si no se intentan excentricidades pueden perderse oportunidades únicas. Pero precisamente ha sido el músico de Chamberí el que se queja, el que, de alguna manera, no acepta la amalgama de ejecutantes. La geisha no dice nada. Acepta la situación con resignación y afina el instrumento mientras sus pies se comprimen en zapatos cepo. La mujer que mira al retratista parece la hija del dueño de la mansión. El otro no existe. Es producto de una intoxicación micológica o etílica. A elegir.


Zaragoza, 12 de agosto de 2015

miércoles, 5 de agosto de 2015

Disputas religiosas

Creo que nadie puede negar que el motivo principal de casi todas las guerras habidas y por haber ha sido la religión. Hoy, sin duda, sigue siendo el mayor escollo para el entendimiento de los pueblos. Cada contendiente de las batallas se encomienda a su dios. Los fedaiyines alzan sus armas hacia el cielo y gritan que Alá es el más grande. El presidente de los EE.UU. reza a dios mientras con una mano se toca una parte de la chaqueta que algunos dicen que cubre el corazón y otros creemos que está guardando el billetero. Es cierto que algunas guerras actuales parecen motivadas por el lucro y el control de las materias primas, pero fíjense en las excusas que esgrimen los bandos y se verá que acuden a la religión para animar a sus contendientes o justificar sus acciones. Unos la religión revelada por Mahoma y otros la derivada de la civilización judeo-cristiana cuyo mayor exponente es un protestantismo crematístico. No hace mucho aseguraba el señor Bush, hijo, que fue la voz de dios la que le dijo que atacara (perdón, liberara) a Irak. El terrorismo, esa forma de guerra a plazos, también se agarra a la religión. Los nacionalistas del IRA lo hacían en nombre de la fe católica herencia de un San Patricio que hablaba gaélico con el Espíritu Santo, y se enfrentaban a los anglicanos, que también son cristianos, pero protestantes. Los chechenos matan en nombre de Alá. Aquí, los etarras, si bien en principio poco sospechosos de clericalismo, al profundizar un poco se averigua que ETA nació en un seminario, lo cual es significativo. Incluso la jerarquía católica del País Vasco ha jugado siempre un papel de santo medianero, pidiendo comprensión para estos luchadores patriotas y resignación a sus víctimas. La solución única, lo digo en serio, para acabar con las guerras, sería unificar todos los dioses en uno, uno que tuviera todas las propiedades de los fusionados. Él podría hacerlo, pues para eso es dios, un ser omnipotente por definición.
            O eso, o instaurar una teocracia agnóstica basada en el escepticismo.


Zaragoza, 5 de agosto de 2015

jueves, 30 de julio de 2015

Patentar las religiones

¿Cuánto tardarán las religiones en cotizar en bolsa? La religión, quien lo duda, es hoy un gran negocio. Aunque no publiquen sus resultados, aunque todavía no coticen en los mercados de valores, todos sabemos la cantidad de bienes (inmovilizado) que poseen, su gran liquidez (cash-flow) y las pingues sinecuras que obtienen de los gobiernos. Centrándonos en la religión que nos pilla más a mano, el catolicismo, nadie que no sea un ingenuo ignora los tesoros artísticos y bienes materiales que encierra el Vaticano. Y eso es sólo una sede, la sede central, pero tiene posesiones y tesoros en todo el orbe, delegaciones ricas en fastos (crucifijos, cálices y otros aperos de la liturgia) y una parroquia fiel que contribuye dominicalmente con pequeños óbolos. Un estudio realizado por una organización caritativa estimó que con la mitad del presupuesto en armamento de los Estados Unidos para un solo año, podría darse alimentos y agua a todo el mundo necesitado. Sólo la mitad. Aún les quedaría para misiles y otros pertrechos bélicos. Yo, por mi parte, estimo que el dinero y los tesoros inutilizados de la Iglesia Católica, sólo en su sede central, sita en Roma, daría para muchos presupuestos armamentísticos norteamericanos. Pero los católicos ven el hambre del tercer mundo y lo único que se les ocurre es rezar, que es gratis, y prohibir el condón. La jerarquía, quizá por miedo a la desposesión, insiste en la oración como mejor remedio. Y no les importa rezar contra el hambre vestidos de púrpura, con clámides moteadas de estrellas de oro, su visión de lo adecuado deformada por un escolasticismo chatungo. Pero si vendiesen la mitad de su patrimonio (aún les quedaría la otra mitad) y utilizasen su influencia y poder para llegar a las zonas hambrientas del planeta, acabarían con el hambre y la necesidad. Pero eso no lo dicen, lo ocultan, defienden el status quo con sofismas de cartulario. Y mientras, los tesoros se pudren en los sótanos del vaticano, la iglesia española exige más dinero al gobierno, un gobierno laico que no debería darle ni un duro, pero que se lo da, y sin rechistar. Quizá es que estos caritativos cristianos lo necesiten para sus feroces campañas contra el aborto, los condones y los matrimonios gays. La pederastia no, contra eso es mejor no oponerse, pues a muchos sacerdotes todavía les pone el contemplar la encendida veste roja del monago.


Zaragoza, 29 de julio de 2015

miércoles, 22 de julio de 2015

Los jóvenes y la filosofía

¿Por qué no parece creíble la escena que he compuesto? Es más, su poca lógica lo transforma en chiste y nos hace sonreír. No imaginamos a los jóvenes afilando silogismos con excitante raciocinio, ni estar educados en el sacro pavor del anacoluto. Hoy la juventud la imaginamos prendida de un móvil y hablando de videojuegos o tecleando mensajes en Tuenti. Incluso los podemos imaginar con bufandas acudiendo al fútbol. O confundidos, en la noche helada, con participantes de un botellón. ¿O quizá la incongruencia entre los jóvenes de la foto y los diálogos se deba a que tienen aspecto de pijos, más dados a hablar de cilindradas y marcas de ropa que de ontología? Si hubiéramos puesto a chavales con gafas gruesas y acné, vestidos de forma informal (¿No es forma informal una contradicción, u oxímoron?), con el pelo descuidado y barbita de varias semanas, la cosa hubiera cambiado. Sólo alterar el aspecto de las personas y su vestimenta, la escena podría haber resultado creíble. Por lo tanto no es la juventud culpable de cómo se la juzga hoy sino cierta juventud. En mis tiempos, cuando yo tenía la edad de esos muchachos, allá por los 1970’s, esa conversación también hubiera sido poco creíble. Por lo menos en mi círculo de amistades. Las preocupaciones de los jóvenes, en mis tiempos mozos, era la política (clandestina), las mujeres (inaccesibles) y los bares (demasiados). Hoy los jóvenes tampoco se inclinan por discutir a Husserl (¿quién se lo reprocharía?), prefieren Internet (de moda), las mujeres (un poco más accesibles) y la litrona (vergonzoso). Y ya que estamos, ¿sería preferible una juventud que en el ardor de los veinte años se entretuviese leyendo a Husserl? La juventud que no lee a Husserl sabemos lo que da de sí: conformará una sociedad parecida a la que ayudamos a conformar nosotros. Una juventud que sustituyese los deseos no permitidos (libidina illicitas), la masturbación y la charla insulsa por lecturas de Husserl, no quiero ni imaginarme a dónde conduciría. Porque uno siempre ha tenido la sospecha de que pensar es no saber existir.


Zaragoza, 22 de julio de 2015

miércoles, 15 de julio de 2015

La arrogancia de los científicos

La frase que he escrito en el bocadillo de este doble de Einstein es atribuida a este gran científico. El categórico enun-ciado da pie para preguntarse por la arrogancia de los científicos. Einstein, cuando pronunció la frase sólo quería subrayar la fuerza de una teoría cuando cumple sus dos características fundamentales: belleza y concisión; una dualidad que usurpa el papel de núcleo epistémico y hace que la realidad se rinda a esa verdad emitida por los teorizadores. Sin embargo la sentencia puede a la vez ser representativa de cierta arrogancia que suele hacer acto de presencia en los predios de la ciencia. En la ciencia, pero más en los científicos. Sólo hay que ver la intransigencia que muestran los ortodoxos de esta disciplina con los que propugnan teorías novedosas o extravagantes, teorías peculiares que al final pueden resultar acertadas (Alfred Wegener y su deriva continental), o no acertadas (Wilhelm Reich y sus cajas de orgón), o simples disparates (Velikovsky y sus mundos en colisión). Lo que menos importa en estos casos (me refiero fuera del ámbito científico) no es lo acertado o errado de la novedad, sino la manera cruel e inmisericorde con que la ortodoxia científica trata a los acusados de heterodoxia, a los “disidentes” (disidente no es sino el que se sienta aparte). El caso de Wilhelm Reich es paradigmático: se le denunció, se le destruyó el laboratorio, se le encarceló y se hicieron desaparecer sus libros. Su muerte en prisión fue considerada por su familia como un asesinato. A Galileo la Iglesia le hizo abjurar, a Giordano Bruno lo quemó en la hoguera, y nuestros modernos científicos, erigidos en Iglesia del Raciocinio, proceden a veces de la misma manera. Menos mal que sólo a veces. De todas maneras, para ser justos con ella, la ciencia es una disciplina donde se puede disentir y donde no vale opinar si no se aportan pruebas. Es la única doctrina por cuyas verdades, hasta ahora, no se han originado guerras. Nadie se mata, todavía, por defender las ecuaciones del electromagnetismo. Todavía.


Zaragoza, 15 de julio de 2015

miércoles, 8 de julio de 2015

¿Hasta cuándo es conveniente vivir?

¿Hasta cuándo es conveniente vivir? ¿Es mejor una vida larga llena de achaques y dolores o una existencia corta vivida en plenitud? No hay joven que no se decante por esta segunda opción, pero a medida que transcurren los años, cerca de la vejez y sus consabidos achaques, pocos mantendrían tan radical elección. Inmersos en la ancianidad, o senectud (qué dura es la palabra vejez), el ánimo entorpecido por el miedo a la muerte, la idea de seccionar la vida en el momento en que ésta se degrada, es sostenida por unos pocos héroes eutanastas.
            Decía Cioran que añoraba los tiempos en que los hombres morían de su primera enfermedad. Hoy la ciencia médica se vanagloria de poder mantener con vida a vegetales en coma, a seres perforados por tubos y alimentados por sondas. ¿A qué tanta vanagloria? Esta gloria médica no deja de ser una vergüenza social. ¿A quién le interesa que personas que han alcanzado el estado vegetal o mineral sigan con vida? ¿En nombre de qué se puede negar a un hombre el derecho a morir dignamente? Pero en nombre de hipócritas dioses, de hipócritas puritanos y centinelas del eterno descanso se penaliza el ayudar a bien morir a un semejante. ¿Para cuándo el consorcio del suicidio legal?
            Ya Fernando de Rojas nos dijo que la vejez era mesón de enfermedades, congoja de continuo, llaga incurable, mancilla del pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecindad de la muerte. Y a pesar de todo ello los ancianos de hoy se empeñan en prolongar ese largo suplicio incluso en las condiciones físicas más deplorables. Porque la vejez sana, lúcida, puede ser un don, pero aquí nos referimos a la otra, a la que camina con pie inseguro (incerto pede), a ese oprobio que la ciencia ayuda a prolongar sin sentido. ¡Oh, vejez mala de malo!



Zaragoza, 8 de julio de 2015

miércoles, 1 de julio de 2015

El culto al dinero

El culto al dinero en nuestra sociedad adquiere tintes preocupantes. Hoy todo se compra y se vende, desde la justicia, el honor, un cuerpo o una finca. Si el dinero, o el oro, es identificado por los freudianos con las deposiciones, con las heces, está claro que vivimos en una época de mierda.
            Con harta frecuencia se dice que cada uno de nosotros tiene un precio. Algunos, por pocos denarios, cuentan sus miserias en programas basura de televisión, otros, por mucho dinero, corrompen concejalías para recalificar terrenos. Incluso se compran diputados (véase el caso del tamayazo) y senadores (véase el filón del cine político hollywoodense). Pero la gente, en vez de hacer frente común contra el omnímodo poder del dinero, hace fila para ser el próximo en conseguir regalías pecuniarias a cambio de lo que sea: levantar falso testimonio, engañar a una anciana con preferentes o vender su intimidad. Poderoso don Dinero. Pero el dinero, que no es tonto, también sabe disfrazarse para engañar mejor. Y así surgen los premios literarios (algunos), las becas de estudio, los estipendios para las artes, los viajes a congresos y otras formas parecidas de crear agradecidos.
            Uno de los momentos de mi vida en que pasé más vergüenza ajena, momento en el que descreí de la justicia, fue cuando leí en la prensa que al ser detenidos conocidos narcotraficantes gallegos (Operación Nécora), prestigiosos catedráticos de derecho, merceros de la moral judicial, casi se pegaban por obtener la defensa de semejantes seres repugnantes. Uníanse así repugnantes con repugnantes. Poco faltó para que saborease la acerba sustancia espesa del vómito. Ya dijo Nietzsche que el hombre es materia, fragmento, residuo, arcilla, barro, locura, caos. Y sobornable.


Zaragoza, 1 de julio de 2015

miércoles, 24 de junio de 2015

Ciudades puritanas

En alguno de sus libros dijo Anthony Burgess que había más honradez (o verdad, o vida) en una ciudad sucia y llena de pecados que en una ciudad modélica rodeada de bien cuidados y asépticos jardines. Parecido a lo que en cierta ocasión dijera Felipe González, a saber, que prefería ser acuchillado en el metro de Nueva York (o arriesgarse a serlo) que vivir una larga vida en una aburrida metrópoli soviética. Aparte la boutade, estoy de acuerdo con ellos. ¿Alguien se imagina viviendo en una ciudad diseñada por Disney, con sus fachadas color pastel y sus habitantes compuesto solamente de ciudadanos pulcros, piadosos, atildados y sonrientes? ¿Qué diversiones cree uno que podría disfrutar en su compañía? Me lo imagino: lectura comunitaria de la Biblia, sesiones vespertinas de Monopoly, conciertos de flauta y viola, pic-nics en prados de hierba uniformemente cortada y con el aderezo de música ranchera, barbacoas benéficas. Yo también prefiero arriesgarme a ser apuñalado en el metro de Los Angeles, por cambiar de ciudad, o ser sodomizado en Kuala Lumpur. Una ciudad como la que ansían los puritanos, cualquier puritano, sería la muerte, un limbo diabólico, la más cruel de las torturas para el alma de un librepensador. Para vivir así no habría valido la pena venir. Eso no significa que uno prefiera la delincuencia, ni que la justifique, eso quiere decir que la libertad lleva consigo, como subproducto, ciertos inconvenientes e injusticias: pobreza, desigualdad, que a su vez originan la delincuencia. Acabar totalmente con esas lacras significa acabar con la libertad, mal que nos pese. Porque entre un extremo y otro (dictadura puritana o libertinaje en exacerbo) caben muchas escalas y grados. Pero yo, que soy un hombre tranquilo y poco alborotador, prefiero las ciudades cuya graduación se halle lo más cerca posible de la libertad.


Zaragoza, 24 de junio de 2015

miércoles, 17 de junio de 2015

El pesimismo está de moda

El pesimismo está de moda. La fatalidad parece estar agazapada ahí, en el horizonte, esperándonos. Nunca, los que han vivido bien, viven tan bien. Nunca tantos han vivido con tantas comodidades. Nunca como ahora, el pesimismo se ha hecho dueño de las conciencias de los vaticinadores. Y no es que no haya razones objetivas para ello: calentamiento global, reducción de la capa de ozono, deshielo de los polos, deforestación salvaje de las selvas tropicales, desertización, hambrunas perennes en los países pobres, amenazas de terrorismo por doquier… Podría seguir enumerando desgracias que nos afligen. Por lo tanto, razones para el pesimismo hay. Y poderosas. Pero los pesimistas, curiosamente, no se dan en los países desfavorecidos, ni en las clases desposeídas de occidente por la opulencia de los menos. La gran mayoría de los pesimistas se dan entre aquellos que no se despiertan temiendo no tener que comer, se da en aquellos que tienen casa, empleo, coche y prole. Son personas que pueden pagar las facturas e informarse libremente de lo que acontece en el mundo. ¿Será esta última característica lo que los troca en pesimistas? ¿Sólo muestran las noticias empeoramientos y peligros? ¿Y los progresos? Los progresos son vistos, cada vez más, como riesgos potenciales. Quizá porque se sabe que quienes están detrás son poderosos que sólo quieren perpetuarse en el poder o la riqueza. Y eso causa desazón. No el que existan esas personas. Causa desazón saberlo. Con razón decía Bertold Brecht que cuando sonaba las alarmas antiaéreas los ciudadanos esperaban temerosos a que por el cielo asomaran los inventos de los sabios. Sí, los inventos de los sabios sirven, con demasiada frecuencia, para la destrucción. A mí me gustaría ser optimista, sonreír al porvenir y alabar el progreso y la ascendente marcha de la historia. Pero me lo impiden los noticieros. Y he de convenir, con la mayoría, que un pesimista es un optimista con experiencia. Q. e. d.


Zaragoza, 17.06.15

miércoles, 10 de junio de 2015

El ciudadano indefenso

El poder, al hacerse más grande, más global, más omnívoro, empequeñece al hombre hasta límites que ilustra acertadamente el dibujo adjunto. La familia, sobre todo las más humildes, son como esa mujer en el paredón frente a tanques de distinta índole: gobiernos, bancos, publicidad, grandes compañías, ejércitos. Cualquiera de los poderes nombrados (hay más, hay muchos) podrían hacer añicos a cualquier ciudadano. Yo cada vez me siento más impotente frente a los abusos de las instituciones. Si un banco me cobra comisiones abusivas, ¿qué puedo hacer? ¿Demandarle? Ellos tienen bufetes enteros de abogados. ¿Cambiarme de entidad? Todos los bancos cometen los mismos abusos. ¿Guardar el dinero en casa? Difícil empresa, pues todos los pagos han de pasar por su cedazo. Ninguna empresa aceptaría pagarme en metálico (asumimos que no trabajamos para mafias o constructores, como algunos políticos levantinos), algo habitual apenas treinta años atrás, o cuarenta, es hoy impensable. Creo que incluso está prohibido por ley. Me refiero a las grandes empresas. Si lo sacamos nada más recibirlo, nos cobrarían intereses por no sé qué fechas de efectividad y al final deberíamos dinero nosotros. Los mismos abusos los sufrimos de las operadoras telefónicas o de los suministradores de energía, de los ayuntamientos u oficinas recaudatorias. Para luchar contra ellos necesitaríase legión de abogados y una gran fortuna para pagarlos y apagar su sed de más honorarios. Imposible. Pero tampoco nos engañemos con estas entidades anónimas; hagamos caso al señor de abajo:





Zaragoza, 10 de junio de 2015

miércoles, 3 de junio de 2015

La publicidad

La publicidad. La propaganda. Plaga del mundo de hoy. No hay lugar donde no se inmiscuya, donde no asome su faz mentirosa. Al principio la publicidad tenía medios propios donde exhibirse. Había carteles en las paredes, en los escaparates, luego vivieron las vallas, tenían los periódicos y las revistas, luego vino la radio y finalmente la televisión. En el cine yo recuerdo haber visto anuncios que eran meras diapositivas que el encargado de la cabina ofrecía a los espectadores entes de la proyección. Ahora resultaría una publicidad muy pobre, cutre acaso. También había publicidad en los establecimientos donde se expedían los productos, fueran estos colmados (calendarios en las paredes, algún colgante de cartón en el techo) o los bares (la famosa chapa de Coca cola a un lado de la puerta del establecimiento donde se vendía tan empalagoso producto). Como la propaganda, de tan abundante, comenzara a perder eficacia, se inventaron nuevas formas o se modificaron los contenidos. En verano, en los lugares de playa, era habitual ver avionetas en el cielo que llevaba a la cola una pancarta anunciando el producto, desde un coñac hasta una agencia de viajes. Se llegó a mandar propaganda por carta a los hogares. Ahora suele depositarse en los buzones comunitarios. Como no bastase la publicidad en la televisión o entes de cada película, comenzaron a verse anuncios solapados en las propias películas. Así, series hubo en España que tenían siempre en la cocina, donde transcurría la mitad de la acción, una leche de tal marca, una bollería de marca discernible, un aceite de marca bien visible. En las películas de James Bond ya era una pesadez ver la marca del reloj del héroe, la marca del bólido del conquistador espía o el tipo de gafa de sol que llevaba para hacer escenas en lugares tropicales. En un futuro no lejano en las iglesias se anunciarán viajes en circuitos religiosos, las casullas de los oficiantes tendrán un logo bien visible y las hostias llevaran la marca del cereal. Confío en que un próximo implante de un chip nos conecte vía satélite con una central publicitaria en órbita.
            Este artículo está patrocinado por boinas Antuniano, frescas en invierno y en verano.


Zaragoza, 3 de Junio de 2015

martes, 26 de mayo de 2015

El camello

¿Por qué me han elegido a mí para representar al vendedor de drogas al por menor? ¿Acaso piensan que puedo guardar mercancía en la joroba? Si a mí lo que me gusta es el agua. También la hierba, claro, pero de otro tipo, la que nace breve en los oasis. No puedo alejar las sospechas de mí, y eso que soy un dromedario, no un camello. La gente los confunde. Pero los camellos tienen dos jorobas. Pero díselo a la policía. En cuanto me ven, hala, a comisaría. Mi joroba siempre está limpia. ¿Saben lo que opino yo sobre las drogas? Que deberían liberalizarlas. Debemos volver a la libertad farmacológica de épocas pretéritas. En aquellos tiempos el que quería alucinar, sedarse o excitarse, sabía que sustancia tenía que tomar. Y nadie le castigaba por ello. Y no se recuerdan problemas derivados de semejante libertad. El opio, por ejemplo, comenzó a ser un problema para los chinos cuando los ingleses se hicieron con el monopolio de su venta merced a la guerra de los Boers. Antes se tomaba uno la pipa de adormidera y a dormir. Pero los ingleses querían sacar beneficios de su nuevo comercio y fomentaron la adicción. Y la adicción condujo a los problemas. Y ahora sucede un poco de lo mismo. Si se eliminasen las mafias que se enriquecen con su comercio ilegal, las drogas pasarían a ser un producto de consumo más, una especie de medicina con su folleto donde se explicarían los modos de uso, la dosificación correcta y se expondrían las contraindicaciones. Ahora no, ahora el consumidor adicto ha de comprar mierda adulterada a un camello (perdón, dromedario de la foto) de mierda y arriesgarse en su ingesta. Una sociedad cobarde, la nuestra. Y mercantilizada. Pobre de nosotros.


Zaragoza, 27 de mayo de 2015

miércoles, 20 de mayo de 2015

Añorada infancia

Esta foto me recuerda mi infancia. Por eso está aquí. Porque ninguna de estas personas guardan parentesco conmigo, pero podría haber sido mi familia. Es posible que ni siquiera sean españoles. Aunque lo parecen. Puede que esté tomada en Berlín, que sean judíos, o ciudadanos de Chicago. Pero me recuerda mi infancia. Yo conservo muchas fotos parecidas de cuando tenía la edad del niño de la foto. Pantalón corto, chaqueta parecida, corte de pelo similar. De paseo con mis padres y mi hermano (aquí es una chica). El mismo aire de domingo de las fotos que conservo. Sólo que mi padre me parece más joven y no solía llevar corbata y mi madre no iba de luto. Pero en aquella época todo era luto, el ambiente era luto. Eran los años cincuenta. Años tristes y en blanco y negro. Las calles, salvo unas pocas, no estaban asfaltadas. Pero paseábamos así. En la calle familias parecidas trataban de pasar el triste domingo. Yo recuerdo, o las fotos recuerdan por mí, que íbanos por la carretera, por el borde de tierra. Apenas había circulación. Sólo los muy pudientes tenían medio de locomoción privado. Imagino que esta foto traerá parecidos recuerdos a la gente de mi edad. Porque nuestra infancia, como he dicho anteriormente, es un infancia en blanco y negro. Sólo con la democracia llegó el color. No es que fuera triste (a lo mejor también), pero la recuerdo triste. Los paseos del domingo también eran tristes. Yo hubiera preferido estar jugando con los amigos. Es curioso que no recuerde, en conjunción con mi infancia, días lluviosos. Y sin embargo, haberlos, hubo. En mi juventud sí recuerdo la lluvia. Demasiada. Cansina. Aborrecible. Pero en mi infancia no hay días de lluvia. ¿Todo eran días de juego y risas? Tampoco.


Zaragoza, 20 de mayo de 2015