lunes, 17 de junio de 2019

El ocultismo


Decía Theodor W. Adorno, y decía bien, que el ocultismo es la metafísica de los imbéciles. Y añadía que desde los primeros días del espiritismo el más allá no había comunicado nada como no fueran saludos de abuelitas muertas o perspectivas de un viaje. Nunca el número de lotería que será premiado. ¿Qué impide a un adivino hacerse rico con la lotería? ¿No sería más sencillo esa forma de hacerse rico que el engaño a clientes bobos y crédulos? A lo mejor todos los que salen agraciados con la lotería son adivinos, y lo ocultan. No es más ridícula esta posibilidad que el adivinar el porvenir a través de una bola de cristal.
También es significativo que ese mundo del más allá con el que nos comunican los ocultistas no pueda comunicarnos nada que no pueda concebir la razón humana. Esperamos, y recibimos, mensajes de significación ordinaria para habitantes de un mundo tridimensional. Pero piénsese qué cosas podría comunicar quien viviese en ese más allá. Probablemente cosas que no entenderíamos. No podemos entender mensajes que vayan más allá de nuestra razón. Alguien dijo que si los muertos pudieran hablar, no los entenderíamos. Con los residentes del más allá ocurriría lo mismo. Sin embargo, sólo nos comunican ordinarieces y menudencias cotidianas. ¡Qué desaprovechado más allá! Y es que en el contenido burdamente natural del mensaje sobrenatural se revela su falsedad. Suministran una cosmovisión de la idiotez. Aldous Huxley lo expresó de esta poética forma: “El alma se eleva a las alturas, ¡qué lindo, / el cuerpo, el cuerpo se queda en el sofá”.
Cuanto más grande la patraña tanto más cautelosa debe ser la organización del ensayo. La presunción del control científico es llevada al absurdo. El mismo aparato racionalista y empírico que acabó con los espíritus es ajustado para imponérselo a los que no confían ya en la propia ratio. Así, justifican cualquier posibilidad comunicacional con el más allá amparándose en la extrañeza de la física cuántica o en teorías del caos o en la teoría de los mundos múltiples. Pero como los espíritus no gustan de controles, hay que dejarles una puertita franca para que puedan hacer su aparición sin ninguna molestia. Así, en forma directa la cosa va de los astros al negocio. Para mí, sin embargo, el verdadero ocultista es el que oculta que es ocultista.
            Para finalizar un microrrelato de mi cosecha:

La adivina
Un hombre entra en una caseta a que le adivinen el porvenir. La pitonisa, desplegando las cartas, le dice que hoy le robarán 50 Euros. Pronunciado el vaticinio la adivina se sume en el silencio. El hombre, tras esperar en vano más información, se levanta y le dice que cuanto le debe: 50 Euros, responde ella.

Zaragoza, 17 de junio 2019