martes, 18 de diciembre de 2018

Angelus Novus


El cuadro de Paul Klee titulado Angelus Novus, que se muestra en la página, fue una acuarela que Walter Benjamin compró a su autor en 1921. Podría extenderme mucho sobre las peripecias que sufrió la acuarela hasta terminar, hoy, en el  Museo de Israel en Jerusalén, pero no es este el momento. Lo que quiero analizar, con la complicidad del lector, es la interpretación del cuadro.  Walter Benjamin veía en el cuadro a un Ángel en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Le parece a Benjamín que sus ojos están desencajados, percibe su boca abierta en asombro o miedo y las alas le parecen que se hallan extendidas. Y dice que “El ángel de la Historia” debe tener ese aspecto. Un ángel que mira hacia el pasado, un pasado que si a nosotros nos parece una cadena de acontecimientos, él, el ángel, ve una catástrofe única que acumula ruina sobre ruina. Benjamin opina que el ángel quisiera detenerse, recomponer lo destruido, pero que una tormenta celestial se arremolina en sus alas y le arrastra irresistiblemente hacia el futuro. A esa tempestad, dice Benjamin, es a lo que llamamos progreso. O sea, el progreso arrastrando al Ángel de la Historia y dejando atrás la destrucción. Pero, ¿no está influida esta interpretación por el tiempo convulso en que vivió el filósofo alemán? Yo, ahora, diría que la figura representa al Ángel de la Crisis, que mira con pena cómo se deshacen los estados del bienestar de ciertos países meridionales por causa de la codicia de los mercados financieros. Las alas no son tales alas, sino manos, manos alzadas como para decir: ¡Dónde vais! ¡Qué hacéis! Pero es un gesto impotente porque algo, en esto coincido con Benjamin, le impide volver a socorrer a los desahuciados. Pero no creo que sea el progreso la fuerza que impide detenerse al Ángel de la Crisis, quizás sea un ucase neoliberal, quizá sea la orden imperativa de otro ángel, más humano, que tiene apellido, y que es mujer.

Zaragoza, 18 de diciembre de 2018

lunes, 3 de diciembre de 2018

La vejez, divino tesoro


La vejez anuncia el polvo que seremos. Es como la imagen de la foto, el barro recubriéndolo todo para luego secarse y hacer más fácil el quebrarse, el resquebrajamiento final. Pocas personas logran envejecer con dignidad. Mal se llevan las arrugas y las canas, la falta de bríos, la falta de curiosidad. Y sin embargo, cuánto mejor ser un joven de ochenta años que un viejo de veinte. Cuando nacemos lloramos en medio del regocijo que nos rodea. Sería imperioso vivir de tal manera que cuando muramos se llore alrededor y nosotros nos alegremos. Pero esa hazaña pocos la consiguen. Y es que no es fácil ser viejo. Pocos saben asumir el paso del tiempo. Se pueden tener arrugas en la cara pero tener el ánimo liso. Eso al menos dijeron los sabios antiguos, cada vez más olvidados y menos añorados, como las nieves de antaño. La vejez, o su lucha contra ella, se ha convertido hoy en un gran negocio, los cirujanos plásticos con sus bisturíes se compinchan con los laboratorios farmacéuticos, las residencias de la tercera edad (cruel eufemismo) con los fabricantes de pagamento dental. Se gasta mucho dinero simplemente para aparentar ser joven. Pero han elegido un camino equivocado. La quimera del rejuvenecer sólo engaña a quien quiere ser engañado. Una mujer anciana cuyo rostro esté tieso por el botox no es ni la mitad de atractiva que una abuela de su edad que viaja, lee, juega con sus nietos y el único maquillaje que usa es el agua fría de la ablución mañanera. ¿Qué hombre, o mujer, que haya alcanzado cierto grado de sabiduría desearía ser más joven? Ninguno. Porque envejecer puede que no sea atractivo, pero es interesante, e inevitable. Descúbrese una etapa nueva, una etapa donde los sentidos que se nos cierran se compensan con nuevos sentidos que se abren, más serenos, más propicios al sosiego, y por ello más cercanos a la sabiduría. Además, nadie ama más la vida que el que sabe que le queda poca. Por eso la reverencian, y no sólo la suya: TODAS.
            Es tiempo de envejecer. ¡Adelante!

Zaragoza, 3 de diciembre de 2018