martes, 31 de marzo de 2020

Críticas eliterarias: Sin novedad en la frente



Críticas eliterarias


Sin novedad en la frente
de

Erich Marica de Marca


 Se reedita esta famosa novela bélica de Erich Marica de Marca. Su argumento es sencillo: Un hombre casado es destinado al frente y toda su obsesión se concentra en que su mujer no le engañe en la retaguardia. Para ello cuenta con la complicidad de un vecino amigo que se libra de ser movilizado por tener pies planos… y un cuñado general. Este pies planos está encargado de escribirle todos los meses al frente, en cada misiva una sola línea: “Sin novedad en la frente”. El soldado celoso, y alemán, en los ratos que dedica a no matar franceses, tumbado en la trinchera, espera ansioso la carta de su amigo pies planos. Cada misiva comunicándole que no tiene novedad en la frente le llena de alegría, mas ésta dura poco, pues enseguida espera ansioso la siguiente carta. Deseando ser herido para volver a casa y permanecer con su hermosa esposa, el soldado se arriesga en cada misión, pero la suerte le acompaña y no recibe ni un rasguño. Su única inquietud se ve reducida al contenido de la próxima misiva. Y ocurre que al cabo de dos años de recibir la carta que le aseguraba su honor, el correo se detiene. El soldado, que ignora la razón de tan súbito silencio por parte de su amigo, se llena de inquietud y piensa que éste no quiere comunicarle la mala noticia. Al final se convence de que ha sido engañado y pide un permiso de urgencia. Concedido el permiso, llega a casa y, sin mediar explicaciones, mata a su mujer en un ataque de celos. Luego se entera de que su amigo, pese a tener los pies planos, y debido a la falta de carne de cañón y a la muerte de su cuñado el general de un atracón de caviar en el frente ruso, había sido finalmente reclutado, enviado al frente occidental y muerto en su primer contacto con el fuego enemigo. Desesperado al darse cuenta de su precipitación, el protagonista decide suicidarse, pero entonces recibe una carta de su difunto amigo en la que le confiesa que en realidad él y su mujer se entendían...
Novela no apta para posguerristas celosos y cornudos de corte militar y pecuario. Publicada por El acantilado, el acantilado es el previsible destino de esta novela que ya no interesa ni a las porteras de noche.


Lambert O’Really
Crítico de su Majestad

lunes, 9 de marzo de 2020

Críticas eliterarias: El gen subnormal



Críticas eliterarias


El gen subnormal

De
Dick Dawkinson

En su nueva obra científica, Dick Dawkinson, eminente teórico de la evolución y neo-darwinista de pro, propone, documental y entretenidamente, que la evolución progresa debido a la “subnormalidad” intrínseca de nuestros genes, comportamiento que resulta contraproducente a la larga para la supervivencia de la especie.
Dawkinson se basa para su tesis en las respuestas empíricas a las siguientes preguntas: ¿Qué genes han prevalecido más dentro de las diversas especies? Y concluye que, de todos los genes, los que más han prevalecido, aquellos que han conducido a la especie portadora a dominar el mundo animal, son los genes humanos. ¿Y a dónde nos han conducido esos genes triunfadores? Nos han conducido al borde de la aniquilación por sobrepoblación y otros males producto de la codicia sin fin de sus portadores.
         El libro de Dawkinson demuestra que el dichoso gen provocador de la vanguardia evolutiva actual, el gen que nos ha llevado al borde de la aniquilación por razones de superpoblación, contaminación y proliferación de armas de altísimo poder destructor, posee una manera de reproducirse tan poco inteligente que por ello merece el nombre de “subnormal”. Veamos, nos dice Dawkinson, cómo se propaga este gen. ¿Quiénes hoy en día se reproducen más y más velozmente? ¿Son acaso los hombres más inteligentes del planeta: científicos, filósofos, artistas? No. Los grandes cerebros orgullo de la evolución son los que menos se propagan. Estas personas apenas si poseen descendencia o, cuando lo hacen, limitan a uno a dos el número de sus crías. ¿Quiénes son, entonces, los que más se reproducen? Está claro: los desheredados de la fortuna y de la inteligencia: seres miserables que habitan bolsas de pobreza, criaturas sin instrucción o conocimientos, ciudadanos sujetos a todo tipo de enfermedades y a indoctrinaciones acientíficas de corte fundamentalista. Occidente, esa parte del Globo con alto poder adquisitivo, cuyos países pueden proveer de educación a sus habitantes, así como medios dignos de vida, pierde poder de replicación. Su crecimiento vegetativo es negativo. Por el contrario, los países de Latinoamérica, África y Extremo Oriente, y dentro de estos continentes los más atrasados cultural e industrialmente, son los que poseen mayor poder de multiplicación. Eso hace que los genes de progenitores con cultura y portadores de cerebros desarrollados pierdan peso a favor de los genes de progenitores incultos cuyos instintos, sin brida cultural, se mueven al borde de la animalidad. Y a esos genes son los que llama Dawkins subnormales. Un gen egoísta pensaría en el bien de la especie, pues una especie fuerte redunda en su propio favor procreacional, y por ello debería procurar que se multiplicasen más los genes capaces de producir personas inteligentes y cultas, pues a la larga son estas inteligencias las que mejor pueden mirar por la supervivencia general. Sin embargo, son los otros genes, los que no tienen ni puta idea, los pertenecientes a los sectores menos favorecidos de la humanidad, los que prevalecen y los que a la larga ganarán en esta competición por la supervivencia. Y a corto plazo quizás no lo apreciemos, nos advierte el autor, pero a largo plazo está claro que la mayoría de los genes del futuro habrán tenido su origen en los citados pozos de incultura e ignorancia.
         Una vez planteado el grave problema con crudeza, Dawkinson nos propone una solución para salir de este proceso hacia la destrucción, para invertir esta tendencia desalentadora. La solución pasaría por no dejar el asunto de la reproducción en manos de los genes subnormales y tomar directamente cartas en el asunto. Para ellos el autor propone advertir del problema a las mujeres y cambiar su mentalidad. Son ellas, al fin y al cabo, quienes poseen el grifo de la procreación. El objetivo sería crear genes inteligentes en unas pocas generaciones. Se trataría de indoctrinar a las mujeres para que en vez de dejarse seducir por subnormales llenos de músculos o de labia y de especímenes “bien dotados” sexualmente por la madre natura, se entregasen por el bien de la causa de la humanidad a tipos intelectuales (como el propio autor, por ejemplo). Habría que pedirles que se dejasen deslumbrar, mejor que por el físico, por las dotes intelectuales, aunque estas no fueran acompañadas de tersos músculos ni de órganos reproductores de concurso; convencerlas de que, siguiendo con esta subordinación a la supervivencia, se rindieran al encanto de la cultura y que las pusiera cachondas, por ejemplo, una disertación sobre Baudelaire, un discurso sobre la fenomenología de Heidegger o una fórmula de física cuántica. Y ello sin parar mientes en las dioptrías o la halitosis del discurseador. Y que esas mujeres, sobre todo las más bellas, ejemplares de Play Boy y revistas culturales semejantes, estuvieran sólo a disposición de aquellas personas de probada cultura e inteligencia y desdeñasen al inculto y al penilargo, gente que debido a su misma incultura, son capaces de engendrar crío tras crío de la misma hembra. De esta manera, nuestros genes (yo, como renombrado crítico me incluyo en el grupo del autor), por variedad de continentes femeninos así lanzados hacia el futuro, son los únicos que podrían traer la salvación a este mundo desquiciado y a punto de sucumbir. Esto sería válido también para las mujeres inteligentes, quienes deberían tener acceso a ejemplares masculinos hoy monopolio de famosas sexagenarias o hembras del tercer mundo incapaces de apreciar las singulares características sexuales de sus engendradores. Ya lo advierte Dawkinson: “O esto o el acabose”.
         Si los genes subnormales, siguiendo la propuesta de Dawkinson, fueran reemplazados por genes inteligentes, en un milenio la población del planeta experimentaría una grandiosa transformación. Un planeta, a no dudar, habitado entonces por gente culta e inteligente y a la vez bella de forma, pues no se olvide que cada espécimen “inteligente” se habría pareado con varias de la especímenes más bellos del sexo contrario. 
         Pero si, como se teme el autor (y yo), los genes siguen mostrándose igual de gilipollas y siguen prodigando a la inteligencia de la especie dioptrías en los ojos, músculos fofos y penes de risa, poco se podrá hacer por la salvación del planeta.
         Este libro ha sido bien recibido por toda la intelectualidad occidental, ansiosos de que, una vez convencidas las mujeres de este cambio de rumbo en sus costumbres apareadoras, se amplíen sus hoy casi nulas posibilidades de acostarse con las mujeres objeto de deseo en los quioscos de todo el mundo.


Lambert O’Really
Crítico de su Majestad