miércoles, 12 de noviembre de 2014

El ejército de la risa



El ejército de la risa, podría titularse la estampa. Pero no es de risa, es un ejército de verdad, pero no sé a qué país representa. Podría decir algunos países a los que no representa: Andorra, Portugal, Suiza, Taiwán. Claro que a lo mejor me equivoco. Si hubiera visto esta imagen Buster Keaton hubiera sacado ideas para una película. Una película de rostro serio donde el humor iría por dentro.
            El ejército sirve para que unos descerebrados den rienda suelta a su sadismo sobre una recua de muchachos desorientados. Porque ya se sabe que la juventud es llama que se quema a sí misma. En la milicia se enseña, sin recato, el punto cero de la experiencia moral: la división entre buenos (nosotros) y malos (ellos). Y hablo por experiencia. Sujetos de blando cerebro con ínfulas por llevar unas simples jinetas de cabo sentíanse capaces de humillarte, ordenarte sandeces, pero raramente te adoctrinaban. Eso estaba reservado para los oficiales. Sangrientos fantasmones, pedantes de lo belicoso, trofeos-medalla en sus pecheras, padecían el síndrome patrio-afirmativo. Que si la patria es esto, que si es lo otro. Fidelidad a la bandera. Yo la única bandera bajo la que me agruparía sería la bandera blanca de la rendición. Y ya sabemos, desde que lo dijera Samuel Johnson, todo un doctor, qué es el patriotismo: mero refugio de canallas.
            De entre todas las cosas ridículas del entorno militar, los desfiles destacan por su arrogancia. Buscan la simetría, el ritmo, el ballet marcial de un pelotón sincopado y uniformado. Todo debe estar sincronizado, controlado, incluso el aire fiero de la tropa. Qué distinto a un desfile de carnaval brasileño, con su pompa alegre y polícroma, su música caliente, las vistosas plumas, las mujeres exuberantes, la alegría que todo lo inunda (dicen que el carnaval es pagar el diezmo a la locura). En un lado las ganas de vivir, en el otro las ansias de matar. Y eso que los militares saben, o deberían saber, que las carnicerías por una buena causa no han servido de nada. Y tampoco las matanzas fraternas. Pero las autoridades prefieren presidir a los que evocan a la muerte, donde reluce el armamento, en vez de presidir a, o participar con, los que evocan la vida, la lujuria, el paraíso terrenal. Todos los jerarcas merecen ser fusilados por bigotudos oficiales.

Zaragoza, 12 de noviembre de 2014

3 comentarios:

  1. Recuerdo cómo defíníamos a la mili franquista: "No hacer nada, pero muy deprisa"

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  2. Querido amigo, estas recordando cosas que pasaron hace casi 40 años, ahora ya no son así, ¿o si?
    tal vez pueda contestar el ministro Fernandez Diaz con su ley de seguridad ciudadana o bien Morenés en su defensa de las prospecciones petrolíferas canarias,
    Igual tienes razón, los tiempos no son los mismo, pero ellos, si
    salut i república

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