miércoles, 25 de noviembre de 2015

La política, como el amor, es cosa de dos

La política, como el amor, es cosa de dos. O de tres, como muestra la foto. A veces incluso se dan orgías de poder. En la política internacional raro es el país que va solo. Siempre se buscan compañeros de viaje. El estado poderoso siempre cuenta con aliados, generalmente camaleones del poder que rige, que le hagan el coro y muestren que las decisiones que adopta no son para su egoísmo particular (que sí lo es), que hay otros que opinan lo mismo. El caso más paradigmático lo tuvimos hace unos pocos años cuando los Estados Unidos, para invadir Irak y tomar el control de su petróleo, necesitó la coreografía de Inglaterra (su perrito faldero) y España, cuyo presidente entonces, poseedor de una soberbia antológica (¿Cómo se sufre a sí mismo un ignorante soberbio?), pensaba que compartía el poder con esos dos estados cuando no era sino el menor de los palmeros, el botijero que entra gratis al espectáculo y se cree por ello privilegiado. España no ganó nada con ese gesto de seguidismo estúpido sino que perdió mucho: credibilidad y muertos en el atentado de Atocha. Pero alguien sí ganó: el botijero, el palmero menor, la voz de su amo que, sin saber inglés (y otras materias más fundamentales) pasó a dar clases en la universidad de Georgetown (¿George Bush Town?) y luego ascendió a consejero remunerado a las órdenes del magnate ultraconservador Mr. Murdoch, propietario de uno de los imperios mediáticos más retrógrados y belicosos del planeta. No, el Planeta todavía no lo ha ganado, pero todo se andará. Sólo tienen que escribirle una novela, o que se la escriba su mujer, que también publica. En caso de que vuelva, volverá el hombre con más humos, y eso que no fuma. Si ahora su soberbia bate marcas, si algún día regresase a la política y ganase, moriría de vanidosa hinchazón. Pues las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere. Desde esta perspectiva quizá no estaría tan mal que volviese.


Zaragoza, 25 de noviembre de 2015

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