miércoles, 3 de febrero de 2016

La obsesión católica con el sexo

¿Por qué esa obsesión de la religión católica con el sexo, con ese sexto mandamiento, casualmente un cardinal que tiene la sílaba sex en él, y además un cardinal que es tan semejante a cardenal? Esta simple relación de palabras daría para un divertido cuento para un nuevo Decamerón: sexo y cardenales. Además, la palabra cardenal también posee significado de estigma dejado por un golpe (¿latigozo?) con lo que cerraríamos este extraño vínculo del catolicismo y el sexo metiéndonos de lleno en el sadomasoquismo. ¿Cómo hubiera sido el mundo occidental bajo hegemonía católica si en vez de tomarla con el sexo, la jerarquía la hubiera tomado, digamos, con la gula? Me imagino una sociedad menos libertina, los burdeles o lupanares (loberías, en latín) sustituidos por restaurantes clandestinos, comederos sitos en los arrabales de las ciudades y anunciados por farolillos rojos y donde los pecadores acudirían a atiborrarse hasta vomitar, ese orgasmo del comilón. Y los prelados, y los cardenales, y otros mandos eclesiásticos, que vivirían abiertamente con barraganas, ocultarían despensas bien surtidas y cuartos secretos donde darían gusto a sus instintos más bajos lamiendo con vicio un salchichón o atragantándose con una morcilla de arroz. Y mientras desde el púlpito predicarían la templanza, la continencia en el yantar, recomendarían dietas basadas en la moderación, sus mofletes hinchados denunciarían sus banquetes de medianoche. Y habría descreídos y heresiarcas que comerían bocadillos inmensos por la calle y escandalizarían a las beatas chupándose frente a ellas dedos manchados de mayonesa y eructando restos de hamburguesa con cebolla. Y ellas, para no pecar ni con el pensamiento, se irían a casa santiguándose y allí se masturbarían con un consolador mientras sus maridos verían películas porno. Y así podríamos hacernos una idea de los cambios en nuestra sociedad si la iglesia la hubiera tomado con otro de los pecados. Claro que si el pecado a estigmatizar fuera la avaricia, no quiero ni pensar en todos los políticos que pecarían a escondidas, las gaviotas haciendo su agosto entre tinieblas…


Zaragoza, 03 de febrero de 2016

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