miércoles, 16 de noviembre de 2016

Periodismo que no difama, no ha fama

No hace mucho tiempo, el diario El mundo recogía o insertaba esquelas que recordaban, después de 70 años, que fulano y zutano “habían sido vilmente asesinados por la soldadesca republicana”. ¿Periodismo de investigación? ¿Crónica anacrónica? El mundo, y otros periódicos de feroz derechismo, me recuerdan a una noticia que recogió L’ami du people, el 28 de abril de 1936 (la fecha es mera coincidencia): “Han intentado camuflar como accidente el oscuro asesinato de Marsella. Pero la autopsia demuestra que la víctima ha fallecido a consecuencia de un disparo efectuado por un comunista”. ¿Dónde está el código deontológico del periodismo que todos dicen respetar pero pocos respetan? Decía Jean-Françoise Revel que el mundo actual se divide en países donde el gobierno quiere sustituir a la prensa y países en los que la prensa quiere sustituir al gobierno. ¿En qué caso nos encontramos nosotros? Aquí, como todo en esta España crispada, habría disparidad de opiniones en función de en qué trinchera uno esté cobijado. El periodismo, sobre todo el que practican los diarios de difusión nacional, sufre un exceso de soberbia, quiere ser sumario y totalizador, créense la última verdad del mundo y en el fondo desearían que todas las opiniones se plegaran a sus dictámenes. Como dijo Julien Gracq: “A todos, dentro de ciertos límites, les está permitido hablar; a unos pocos les está reservado saber”. Y la prensa, siempre a la bajura de las circunstancias, habla pero no sabe. Eso hace que la prensa tenga grandes detractores. Baudelaire no comprendía cómo una mano pura podía tocar un diario sin una convulsión de asco. Y Nietzsche decía; “¡Guárdate de los periódicos, de la política, de la cerveza y de la música wagneriana!” Y para Unamuno el periodista era mala y diabólica ralea. Claro que quien más bramó contra la prensa fue Karl Kraus. Pero sobre eso hablaremos largo y tendido en otra ocasión.


Zaragoza, 16 de noviembre de 2016

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