miércoles, 13 de diciembre de 2017

Creer o comprender. He ahí el dilema

Decía Jorge Wagensberg: “Creer es genética, comprender es cultura” Tomando el aserto como cierto, ¡cuánto pertenece todavía al poder de la genética! ¡Qué pequeña la influencia de la cultura! Y qué difíciles son de convencer los creyentes, convencerlos para que razonen, para que examinen sus creencias o las pongan en duda. Aunque luego decidan volver a ellas una vez hecha la reflexión. Y es que la creencia cobija y la razón está a la intemperie, y hace frío, o mucho calor. El creyente posee un vínculo emocional con lo que cree, por lo que puede ser contradicho por la evidencia sin que sus creencias vacilen. Además, constatamos, casi todas las creencias son creencias inducidas. Nadie las busca, o casi nadie. Le vienen con el nacimiento. Un niño judío creerá lo que su familia y entorno social le ordene creer. Y lo mismo sucede con un niño católico o uno musulmán. Esta verdad de Perogrullo, evidencia apostada a la vista de todos, nadie la dice, y menos se atreven a enfrentarse a ella. Casi todos los creyentes son hipnóticos. Están en trance desde su primer adoctrinamiento. El otro día un médico me decía que la fe era una psicopatía. Qué razón tiene. Pero ya se sabe, una enfermedad extendida no se ve como tal sino como una forma de normalidad. Los raros son los otros, los menos, los que han dejado el aprisco de la creencia confortable. Sí, el hombre prefiere creer antes que conocer. Aunque sólo fuera por pereza. Conocer cuesta esfuerzo, para creer uno sólo debe dejarse arrastrar por el rebaño. Porque, ¿quién se pregunta con honestidad por qué prefiere su fe o sus creencias a las de los demás? ¿Hay alguien que pueda decir: he indagado en todas las fes del mundo y he decidió quedarme con ésta, que considero la mejor, o la más convincente? Nadie hace eso. Si lo hiciera, comprobaría la sinrazón de las fes antagonistas y al cabo la sinrazón de la suya, y perdería la fe, cualquier fe. Yo no creo en la creencia. Yo creo en la verdad efímera, portátil, de alquiler. Para mí la creencia, como para Arthur Koestler, es la fruta del odio. Más mal hará un creyente que mil escépticos, un hombre de fe que quinientos racionalistas. A todos los creyentes yo les diría: “Todo lo que habéis venido creyendo hasta ahora, es mentira! ¡Os jodéis!” Claro que correría peligro de ser lapidado, excomulgado o encarcelado. Suele ser su respuesta.


Zaragoza, 13 de diciembre de 2017

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