miércoles, 29 de octubre de 2014

Los policías galantes



La estampa podría titularse “Los policías galantes”. Mientras la chica suelta improperios, un agente la lleva asida por los pechos (guarro), otro de los pies y un tercero le sujeta un brazo como cuando la enfermera lo manipula entes de una extracción de sangre. Y quizá para facilitar una transfusión lleva ese “poli bueno” las tiras de plástico que, en haz, le surgen del cinturón. La policía a caballo compone un público elocuente, espectadores divertidos por la escena. Es verano. Lo digo por la manga corta de los uniformes. El motivo de la protesta no debe ser muy importante, seguramente una reivindicación estudiantil. La chica, diríase que en medio de una gaya compañía venatoria, exhibirá mañana unos cuantos moratones, su capital de hazañas.
            Esos policías que parecen tan educados y armados de paciencia, no lo serán tanto en su casa. Habitantes de un mundo rigorista, alguno pegará a su mujer y atemorizará a los hijos. Puede que beba. No en vano se es “defensor del orden establecido”, y el orden lo establece, en su casa, él. Y es que este oficio deja impronta. ¿Se preguntarán alguna vez quién ha establecido el orden que ellos defienden? ¿Y por qué? No. A ellos les pagan por realizar un trabajo y lo desempeñan con sumisión. No logro adivinar, o mejor, no sé a ciencia cierta de que país son. No son españoles. Probablemente estadounidenses. Los árboles frondosos del fondo, y el edificio que en parte ocultan esos árboles, semejan un paisaje universitario, un campus. Bien podría la estampa utilizarse como corografía para un ballet moderno.
Tres policías para una disidente (por su aspecto una resistente de chopo aislado, junto a la rivera, sí la moverán…), una adecuada proporción.

Zaragoza, 29 de octubre de 2014

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