miércoles, 22 de abril de 2015

El fanatismo religioso



Así imagino yo al fanático religioso. Con esa faz, esa mirada hacia lo alto pidiendo permiso, esa seriedad intransigente que suele verse en la mirada cruel del asceta,
esos adornos (sobre todo las calaveras de las solapas), y el libro de oraciones en la mano, junto al corazón. El libro (cuidémonos del hombre de un solo libro) parece de primera comunión. Aunque el señor parece un poco mayorcito para hacerla. Si en vez de cruces llevase medallones con la media luna, nada cambiaría. El fanatismo es uno y el mismo, aquí y allá, con este o con ese dios. Hay hielo en su mirada. Es de esos que sólo consideran fieles a quienes comparten con él la misma concepción de la divinidad. Lo imagino predicando que envuelve al mundo extenso triste noche. Sacerdote del castigo y la mancilla. Y como todos los sacerdotes, sólo se torna peligroso cuando ama. Líbrenos Dios del amor de los sacerdotes.
            Es una foto perfecta. La foto perfecta que debería llevarnos a todos a apostatar de la fe, de cualquier fe, de cualquier credo, de cualquier ideología. Sí, apostemos por el apostatemos. Y esa falta de humor que se adivina, qué pavor. Y es que las religiones, como dijera Cioran, no son en el fondo más que cruzadas contra el humor. Contra el humor y contra el amor, añado yo.

Zaragoza, 22 de abril de 2015.

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