miércoles, 2 de septiembre de 2015

Las fuerzas del orden

“Las fuerzas del orden” es uno de los eufemismos de mayor éxito de los muchos que produce la política. El sustantivo “fuerza” le da un aspecto enérgico que robustece ese “orden” tan del gusto de Goethe y espíritus menos eximios. Pero sabemos que la fuerza carece de sutileza, es ciega, embiste, y el orden es tan voluble como las intenciones de quien lo comanda. Orden es poner una cosa detrás de otra, es mantener un estado de objetos en equilibrio, de forma simétrica, pero nadie nos aclara si ese estado de cosas es justo o siquiera deseable. Franco, con doblez jesuita de finas mallas, utilizaba el mantenimiento del orden para sojuzgar a la ciudadanía y salvaguardar los privilegios de esos parapléjicos mentales que decían pertenecer al “movimiento”. Stalin también utilizó el orden para prodigar gulags y los revolucionarios de cualquier ideología, o los caudillos golpistas, proclaman que quieren instaurar el orden. Y con harta frecuencia ese orden se reduce a cuidar las hileras de las tumbas de las víctimas que han luchado por ese nuevo orden. No nos sirve, sola, la palabra orden. Cualquiera puede utilizarla, y de hecho se utiliza, para ordenar fortunas y poderes. Las fuerzas del orden, como es fácil apreciar en la foto, van armadas. Pertrechadas de instrumentos de castigo. Sólo en Inglaterra, que yo recuerde, los policías iban armados sólo con su silbato. Pero eso fue hace tiempo. Ahora portan los mismos instrumentos de castigo que cualquier otra policía del orbe. Las fuerzas del orden son hoy cada vez más fuertes y ordenadas. Se cumplen las palabras proféticas de Augusto Monterroso: “Los pobres son ahora más pobres, los ricos más inteligentes y los policías más numerosos”. Sí, serán más numerosos, pero son cada vez más endebles, más frágiles, más discutibles. El orden es un atavismo.


Zaragoza, 2 de septiembre de 2015

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