lunes, 2 de septiembre de 2019

La felicidad



¿Qué es la felicidad? ¿Cómo podríamos definirla, explicarla, o mejor: alcanzarla? Nos referimos a esa meta indefinible de los seres conscientes, esa zanahoria existencial, esa imaginaria sublimación de la dicha, esa ilusoria ataraxia en el goce. Sin querer casi hemos definido la felicidad y no llevamos sino unas pocas líneas. Pero en realidad lo que me interesa aquí es dejar constancia de cómo ven este celebrado concepto los grandes escritores, pensadores y poetas.
         Decía Gómez de la Serna, Don Ramón, que la felicidad consiste en ser un desgraciado que se sienta feliz. Escepticismo carpetovetónico. Josep Pla considera que la indiferencia hacia el mundo es la felicidad. Concepción cercana al budismo, casi un nirvana made in Palafruguel, nirvana iluminado por esa luz clara y húmeda del Mediterráneo. Sin embargo Pessoa, D. Fernando, nos asegura que la felicidad está fuera de la felicidad. Y nos advierte contra aquellos que pretendan inventar la máquina de hacer felicidad. Claro que no sabemos por qué nos pone en guardia contra tales mecanismos. Podría ser la solución ideal. Felicitas ex machina. ¿Es la felicidad la alegría? J.D. Salinger nos enseña que la felicidad es un sólido y la alegría, un líquido. Salinger, como buen guardián entre el centeno, conocía como nadie la química del alma.
         Francisco Umbral nos informa que de la dicha sólo tenemos el recuerdo, nunca la experiencia. ¿Será verdad? Quizás tenga razón Hermann Hesse cuando nos asegura que la felicidad es un “como”, no un “qué”, un talento, no un objetivo. Nietzsche nos descubre, por otro lado, que es su poco lo que da valor a la felicidad. Su poco, y para pocos, como nos lo recuerda el gran Shakespeare:

                   “Oh happinness enjoyed but of a few,
                    and, if possessed, as soon decayed and done”.

Lo que es cierto es que la felicidad no es algo que se alcance fácilmente. Y algunos, por su circunstancia, lo tienen más difícil. Como T.E. Lawrence: “Yo nunca seré completamente feliz, con la felicidad de esos tipos que encuentran el néctar de la vida, y su elixir, en el estremecimiento de una glándula seminal”. Este descreimiento de la felicidad, de hacer caso a Fernando Savater, forma parte del proceso normal de la existencia: “Descreer de la felicidad es una forma de escepticismo a la que todo el mundo llega antes o después; hay quien se lo toma por la tremenda, pero la mayoría prescinde de ese enfático concepto con resignación e incluso con alivio”. ¿Significa esto que todo el mundo debe resignarse a ser desdichado, o que la felicidad no existe? Problema menor este de la infelicidad si hacemos caso a Hermann Hesse: “La infelicidad, cuando se domina, se convierte en felicidad”. El problema es dominar la infelicidad, potro bravo que apenas se deja montar y con quien la fuerza bruta apenas sirve. Se necesita talento, arrobas de talento, y quizás humildad. Aleister Crowley, de profesión sus magias, dice que sólo aquellos que han deseado lo inalcanzable son felices. La felicidad como ambición, como desmedido objetivo. Y es que hay muchas formas de imaginar la felicidad. Algunos la ven como un sometimiento a la rutina de la existencia. Es más, Rodrigo Fresán, escritor argentino, sostiene que la interrupción de una rutina por otra forma de rutina puede ser una de las tantas versiones del paraíso. Paraíso cuántico, saltos indeterminados de paquetes de rutinas que describen órbitas en torno a un centro/núcleo de dicha. Aunque también los hay pesimistas del todo, como Frank O’Connor: “Incluso si sólo quedaran dos hombres sobre la tierra y ambos fueran santos, no serían felices. Alguno de ellos intentaría mejorar al otro. Así es la naturaleza de las cosas”.
         ¿Debemos terminar aquí, con este sombrío panorama, nuestro corto periplo por el concepto felicidad? No, por una vez, y sin que sirva de precedente, dejemos un margen de esperanza a la felicidad y digamos con el Maharishi Mahesh Yogui:

                            “El hombre nace para ser feliz”.

         Quien quiera entender, no entienda.


Zaragoza 2 de septiembre de 2019

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