miércoles, 25 de marzo de 2015

Un pasamontañas y un fusil



Bandas armadas. Terrorismo. Un pasamontañas y un fusil. Ropa cómoda y zapatillas para correr. Y juventud. No se necesita más para crear un grupo armado que muchos tildarán de justiciero, patriota, y otros tantos de terrorista. ¿Qué tienen en común todas las bandas armadas que hasta hoy han sido? La juventud de sus integrantes. No veréis comandos de viejos, ni suicidas con bombas amarradas a la cintura que peinen canas. Esos suelen estar detrás como ideólogos. En despachos, pisos francos o mezquitas, adoctrinan a los jóvenes de cerebro intonso y los convierten en el filo de la espada. Exaltan con el ardimiento de un viejo profeta. Se aprovechan de un don que abunda, sobre todo, en los jóvenes: la generosidad, la entrega desinteresada a los ideales. Y como su juventud no les ha permitido vivir ni reflexionar sobre los ideales que en el mundo han sido, se subscriben al primero que se les presenta y les invita a asumir los ritmos prestigiosos del enfrentamiento. Y se hacen brazo armado, mesnada de causas peregrinas, infantería de Dios o del bacalao al pil-pil. Por eso, cuando las causas llevan muchos años y los que fueron su brazo joven y armado, maduran, o incluso envejecen o mueren, y no hay suficiente savia nueva porque los motivos que generaron el combate han desaparecido, se dan las condiciones para la paz, para cierta paz, y que hay que saber aprovechar, como se hiciera en Irlanda del Norte y como la que puede estarse fraguando en Euskadi. La madurez ayuda a quitar al enfrentamiento su látigo de histeria, la madurez relaja el fanatismo de lo único. El corazón deja de ser lago de luna roja.

Zaragoza, 25 de marzo de 2015

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