miércoles, 19 de agosto de 2015

Playas infestadas

El masoquismo de las masas alcanza su ápice en el verano. En verano las hordas veraneantes invaden las costas y celebran ritos diarios de arena y sol en playas congestionadas. La señora de la foto bien pudiera haber existido, pero es seguro que existirá. ¿Qué motiva este afán nómada, febril, hacia las playas en verano? ¿Acaso es tan difícil darse cuenta de que se abandona el cómodo hogar por un apartamento lleno de incomodidades y estrecheces o un hotel abarrotado? Todo en los lugares playeros es incómodo, desventaja, oprobio: mala comida, y cara, poco sitio en la playa para poder colocar la toalla, niños que corren y te tiran arena sobre la piel cubierta de bronceador, baños en playas sucias y sin espacio para dar unas brazadas. Si te alejas de la costa corres peligro de ser arrollado por una moto de agua o un gusano hinchable cabalgado por diez turistas rubios. Inconvenientes que no compensan la esporádica visión de un tanga que deje al aire y enaltezcan las estribaciones glúteas de una joven de hermoso ornato. Además están los mosquitos, las bebidas calientes, las noches de austriacas torturaciones a causa de las verbenas de los hoteles y el sofocante calor. Aun así, pocos somos los que elegimos quedarnos en casa, con nuestros libros, nuestro ordenador, nuestro aire acondicionado (opcional), nuestra ciudad con cines y tiendas, todas vacía para nuestro deleite. El único inconveniente, lo confieso, es que cierran los quioscos donde solemos comprar el periódico y el bar donde solemos leerlo mientras degustamos un café con leche con bollería. Hay que patearse los barrios aledaños para buscar prensa y café. Pero eso ayuda a conocer la ciudad. ¡Marchad, marchad, malditos!


Zaragoza, 19 de agosto de 2015

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