martes, 26 de mayo de 2015

El camello

¿Por qué me han elegido a mí para representar al vendedor de drogas al por menor? ¿Acaso piensan que puedo guardar mercancía en la joroba? Si a mí lo que me gusta es el agua. También la hierba, claro, pero de otro tipo, la que nace breve en los oasis. No puedo alejar las sospechas de mí, y eso que soy un dromedario, no un camello. La gente los confunde. Pero los camellos tienen dos jorobas. Pero díselo a la policía. En cuanto me ven, hala, a comisaría. Mi joroba siempre está limpia. ¿Saben lo que opino yo sobre las drogas? Que deberían liberalizarlas. Debemos volver a la libertad farmacológica de épocas pretéritas. En aquellos tiempos el que quería alucinar, sedarse o excitarse, sabía que sustancia tenía que tomar. Y nadie le castigaba por ello. Y no se recuerdan problemas derivados de semejante libertad. El opio, por ejemplo, comenzó a ser un problema para los chinos cuando los ingleses se hicieron con el monopolio de su venta merced a la guerra de los Boers. Antes se tomaba uno la pipa de adormidera y a dormir. Pero los ingleses querían sacar beneficios de su nuevo comercio y fomentaron la adicción. Y la adicción condujo a los problemas. Y ahora sucede un poco de lo mismo. Si se eliminasen las mafias que se enriquecen con su comercio ilegal, las drogas pasarían a ser un producto de consumo más, una especie de medicina con su folleto donde se explicarían los modos de uso, la dosificación correcta y se expondrían las contraindicaciones. Ahora no, ahora el consumidor adicto ha de comprar mierda adulterada a un camello (perdón, dromedario de la foto) de mierda y arriesgarse en su ingesta. Una sociedad cobarde, la nuestra. Y mercantilizada. Pobre de nosotros.


Zaragoza, 27 de mayo de 2015

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